sábado, 21 de abril de 2007

Entrevista en el Tapanco



Cuatro Vitrinas


Vitrina del niño dormido


El fuego enraíza en el barro de la olla
humo de carbón huele dulce junto al aire

vapor de burbuja

de cavidades reventadas por el hervor del caldo
frutas de ocres colores masticadas en una piedra porosa y sombría
junto al verde del chile y la berenjena

Una esencia desértica la sal de la serpiente

: una gota de rocío agrio
—vinagre enmohecido en los ojos—
condimento de ave
uña de pez y carne blanda

La madre que ama a su hijo
lo duerme con canciones de luna
y velas de oscura hierba

lo aromatiza
con el olor de su falda
lo besa bajo el pómulo junto a la boca
lo arropa junto a sí y lo calla
suavemente hasta ahumarlo

Le huele la sangre en la oreja todavía tibia

lo sacia de coros líquidos
lo gutura hasta desgarrarlo
desnudo lo deposita en su espalda
y con espasmoso cuidado lo acuna
en el cuenco del recaudo espumoso

Huele la luz a naranja intenso

La madre amorosa voltea la mirada
hacia la mesa de suelo
estira la mano
y uno por uno
cada uno de
sus cinco hijos
le pide con el plato
el corazón de su hermano
dormido

Andrés en el Club Bonfer

lunes, 16 de abril de 2007

Vitrina de la ronda nocturna

Cuando de la perra escurrieron expulsados
los cinco cachorros
ella sabía que sólo dos vivirían
y salió en busca del nutriente cadáver
pero sólo encontró pájaros atrapados
en cubetas metálicas
y ratas bermejas
escapando por las ventanas

llevó los adentros de estos pellejos
a las crías ciegas de piel arrugada

pero la anciana con baldes de excremento cubrió los techos
para marcar con su olor todas las azoteas
y despojó a la perra de su camada
la arrojó a la calle
con patadas de zapatos viejos
y azotó la puerta por el óxido destejida
tras la pestilente pelambre
del percudido animal
perfumado de muerte

La perra giró las noches alrededor de la casa
con ofrendas frutales en pañales rotos
ladró y trató de penetrar
la oscuridad que dejan las puertas
cuando se abren
pero un palo le astilló la pata
—que no volvió a levantar—
y supo que era la perra cochina
que no quisieron ya en esa casa
y que corrieron con pala y pico en la mano
para que no alimentara a sus bestias
con porquerías de terrenos baldíos

Y la anciana corvada
con una blusa mal cocida
y botones dispares
lo dijo
“esos perros
tienen que aprender a comer
lo que yo quiera”

Una semana después murió uno

Al otro lo atropellaron

Nosotros lo sabemos
los alejaron de su perra madre
porque era lo mejor para ellos

Vitrina del carnaval de los degüellados

Resina de los cadáveres
las cabezas de los niños
las larvas de los perros
los rojos árboles muertos
el cadáver que parece dormido
tieso relleno de sombra
dentro de la tierra fina
en placentero sueño enterrado
en una enorme pila de ojos
de animales cáscara
de frutas de blanda negrura
de huesos aún con sangre
sucio jugo de las semillas
en la carne el sudor impregnado
el residuo de las sales
en la ventrada garganta una llaga
un párpado con grietas
en las hojuelas del hielo
la retina desprendida
el músculo desgarrado
de un vegetal de amoratadas venas
despellejándose
sobre las cabezas de cerdo
cubiertas con máscaras
para el carnaval de las moscas
Y en el pasillo
los ganchos
colguijos de la muerte
y las amarillas pieles de los pollos
los montones de pescuezos
arriba de las cabezas
esas cabezas con el cuchillo cuadrado
partiéndolas en dos
como a un pan duro
cabezas de ajo
escondidas en las orejas de las lechugas
entre los rábanos y las coliflores
legumbres vistosas
humedecidas con las gotas de un rocío de saliva opaca
Y en el patíbulo, en el aparador de las especias
la crujiente harina envuelta en el caramelo
duras estalactitas de azúcar
y los frascos de polvos oscuros
y dorados como la ocre tierra de las minas
rasposa tierra que limpia el fondo de los mares

Los dulces de ajonjolí, diminutas cabezas
en un adobe embolsado
rejas de cuadros policromos
monederos ocultos en los senos
y en una postal
al fondo, debajo y por dentro
de las porosas costillas
la señora del reboso
con su hijo de ojos sangrantes
en un altar de porcelana

Mostaza en un cono de papel periódico
que gotea sobre el mármol sucio y encharcado de agua oscura
Un costal deshilachado,
en donde guardan la piel dura y frágil
de los chiles anchos,
desparramando
pequeñas
y rojizas carnazas

Los azulejos llenos de cochambre
debajo de las papayas verde amarillas
que descansan sobre la rasposa piel de los melones
Los plátanos ennegrecidos
con manchas continentes
Plátanos rojos
morados plátanos
colgando negros del techo como murciélagos dormidos

Y en su bolsa fúnebre
espinosos ovales verdes
útero relleno de óvulos negros

Estamos en la gaveta de los alimentos

La mano que tiembla
gotea sus dedos sobre
el rugor de una mesa
sostiene el pesado cuchillo
y deja caer la guillotina
La cabeza de un niño partida en dos
las cuencas sin ojos
las mejillas sin piel
las orejas a un lado mojadas en sangre
sobre los pegajosos coágulos un par de moscas
y un papel que dice: cabeza de ternera: 27 pesos.



Vitrina del amoroso alimento

La pepita molida, terrosa, revuelta
en la espesura verde oscuro, aceitada, en las comisuras
negra. La carne del cerdo en estrechas rebanadas
en cubos. Carne que se desborda, suave, en medio
de un cartílago y un pellejo.

Sobre el plato, luz vertical, encuadre rojo.

El brillo de las grecas decora alrededor
el alimento. El azul tallado en relieves.
La carne oculta dentro de la lava verde.

Una isla.

El caldo oscuro de los frijoles
y la pulpa suave de sus múltiples entrañas.

A epazote huele el vapor del guiso
Alguien algún día molió chiles y hierbas
y granos, e hizo la pesada masa
de la que se diluyó este mole.

Alguien vierte caldo de carne
alguien asesina
y alguien muere.

¿A quién le pertenece
este alimento?

¿Quién se comerá este poema?