Por Armando González Torres
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El arte bélico de Cisneros de la Cruz
Por Roberto López Moreno
Por Moisés Ramos Rodríguez
La poesía siempre está respondiendo a los porqués que la realidad nos impone. Cada día, con su voracidad de 24 vientres por hinchar con 60 minutos de acciones, nos exige responder a un sinnúmero de cuestiones que, a veces por comodidad y omisión, dejamos pasar, pensando que de ese modo desaparecerán.
Mas la poesía, ese instrumento agudo, jamás domesticado, enrostra a la realidad, sabe que es su espejo y no le amedrenta el responder siempre, no importa cuál sea la pregunta.
Lo que el poeta sí hace, a través de la poesía, es elegir a qué preguntas dar respuesta.
Y esto es lo que ha hecho Andrés Cisneros en su poemario Como la nieve que dejan los muertos. Ha elegido cuidadosamente, con la filosa guía de la palabra, qué responder de lo que la realidad le pide. Y esta vez responde para hablar de muerte, para pedir sean muertos ciertos hombres y explicar, con ello, el mundo que le grita y exige poemas, sus poemas.
Rotundo de imágenes que nos despiertan, de ritmos y una voz que nos convida a otro sueño, aún más verdadero, el poemario de Andrés Cisneros sigue la tradición que todo poeta ha de continuar: la de hablar del tiempo que le ha tocado vivir, de sus circunstancias (en nada distintas a los de otros hombres, igual de difíciles y asombrosas), de su destrucción o permanencia.
Cisneros también habla, como todo poeta que se precie de serlo, en la plaza pública, no para amenizar reuniones a la luz de la abulia y la más sedada vesania, sino en voz alta, altisonante y para remover al lector hasta sus últimas consecuencias, para que se levante y ande, no para que guarde el libro en el estante y se eche a dormir, otra vez, intoxicado, aparentemente plácido.
Tomo ahora uno de los dos ejemplos que más me ha llamado la atención de Como la nieve que dejan los muertos:
El primero es el poema de la página catorce, que se ha venido anunciando desde la página once, cuando el poeta ha escrito: “Mi violencia está en el arte de hablar”, y en la página siguiente “¿No es también la violencia la exultante vida de lo vegetal…?”, para afirmar en la página trece: “la memoria sólo reproduce el camino del olvido”, camino que el poeta recorre para hacernos recordar.
Ya en la página quince, después de hablar de los fantasmas que rasguñan las ventanas, revela de quién habla, a qué muertos se refiere el título de su libro, esos que “sólo son capaces/ de buscarse/ en lo profundo, dentro/ del caracol oceánico del cerebro/ en la blanca casa de la Muerte/ alumbrada por la oscura lámpara de la Vida”:
Después, el poeta pide casi a gritos: “Si el hombre no sirve, que lo maten/ que le amputen lo que sobra:/ uñas y párpados/ que le corten las orejas a los sordos/ que le saquen el corazón a los cobardes/ ojos a los que no quieren ver/ ¡tanto desperdicio de órganos!/ para qué tantas manos inútiles / ¡qué las corten!/ que amputen esos dedos/ y se riegue con sangre/ el jardín de la inteligencia”.
¿Por qué, en medio de un mundo de fraticidas, de hombres violentos que cercenan, en la vida real de las playas de descanso y los desiertos del norte, a madres embarazadas y niños tiernos, por qué, pregunto, el poeta pide sean asesinados los hombres que enumera?
Porque esos sordos que no quieren oír, esos ciegos que no quieren ver, hubieran evitado esta guerra; porque los sordos que ya no necesitan sus orejas, hubieran escuchado el grito y el clamor de la realidad y hubieran dado una respuesta; porque tantos órganos habrían servido para responder, pero no, las piras funerarias crecen, y los hombres enlistados nada hacen, nada los conmueve.
Al proponer esas muertes y mutilaciones, el poeta sabe que las manos de los muertos se extiende buscándolo, y se prepara, avisa: “Pero antes envenenaré a los perros/ que orinan el árbol endurecido de la vida/ y esperaré/ que les arrojen cal junto al cadáver/ de sus amos”, que para eso es la poesía.
El segundo ejemplo que tomo del poemario de Andrés Cisneros es el poema “La mujer que se fue a caballo”, porque ante la propuesta del poeta de abolir lo que no se usa en el cuerpo, debe haber una respuesta, y la da aquí. La mujer que se va, no huye (pese a que el poeta lo escribe así), se aleja del páramo de muertos que quieren retenerla “atraviesa/ bañada en aire/ la densa masa de las sombras/ las figuras efímeras de las nubes” y “si estuviera en la punta del risco/ alcanzaría a ver la tierra entera”.
La mujer, la contraparte de los muertos “huye/ ella que no pertenece/ a la aldea de los viejos/ pozos del miedo/ donde vierten el cuerpo de los seres/ para alimentar las piedras”. Mas la mujer no huye y tampoco ejecuta una venganza; responde y el “pasado surge sólo/ para consumarse/ y los asesinos tranquilos morirán/ en su cama”.
Y nosotros somos ellos, los asesinos que se acobardaron y están jubilados. Lo escribe el poeta: “Los primitivos/ —quiénes son ellos— nosotros/ que matamos una doncella/—basta las voces lo ordenen”.
Por eso, a la mujer que se va a caballo hacia el futuro, arraigada en el presente, en el instante, relata el poeta “nadie la sigue/ huye sola del galope/ que escucha tras de sí/ son las pisadas de los muertos/ la gran hoz/ que le arrancaría la cabeza si se detuviera…”.
Después de este poema, el poeta habla a su hija, habla a los hijos de esta especie que se asesina sin razón para satisfacción de los promotores del miedo, y le recuerda que, si alguna función ha de tener la poesía, es la de encontrar “la lámpara que greca el limbo y el tálamo”, le pide que la busque y le dice: “cuando lo hagas/ verás la sustancia negra/ de la cual brota/ toda luz que cabe/ en un millón de años/ y entenderás al mar tejiendo/ el manto de la tierra/ con los dedos de su espuma”.
Entonces, cuando estemos despiertos, cuando nuestra cotidianeidad sea la poesía, escribe el poeta a Manon, entonces “cambiará la densidad del agua/ y llegará el mar/ pero tendrá/ otro nombre”. Manon sabe que este es un poema oscuro, porque duele, pero se refleja en los ojos del poeta, y sonríe.
Por los dos ejemplos anteriores, pero también por todo el libro, vivificante y breve, que ya ha llegado a la segunda edición, lo cual demuestra en parte su valía, proclamo que debe ser leído Como la nieve que dejan los muertos, pues Andrés Cisneros de la Cruz, no lo olvidemos, ha traído hasta nuestra casa, la oscura lámpara de la Vida que es también la poesía.
Del nuevo poemario, Neri Tello, comenta: "Andrés Cisneros de la Cruz se ha caracterizado por ser un poeta que deja de lado la exquisitez, la retórica, la hipocresía, para abrazar la rebeldía, la provocación, el cuestionamiento. En Ópera de la tempestad, el odio y la repulsión son parte de la respuesta; canto que provoca revoluciones, e ironiza con las figuras sagradas de la historia, para provocar en el lector la reflexión y la ira. La poesía, más que nunca, debe unificar al hombre con sus contemporáneos; este contexto ha hecho de Andrés un poeta convincente y que es congruente tanto en su forma de escribir como de actuar".
Ópera de la tempestad
Quizá estés ahí
y hermoso sea que no te llames hombre.
entre todo lo creado será una hermosura
esta inmensa isla de trigo,
cuando nadie te nombre
Cuando Nada te de nombre.
Adriana Tafoya
Qué tal si el mundo fuese un hombre enojado, furioso.
Un hombre hambriento, raído;
roto paño amarillándose, a secas.
Si el mundo es la desesperación de un hombre,
hombre hecho pedazos por dentro
carcomiéndose,
ansioso en su rencor:
hombre necesitado de comida,
tacto, confianza.
De un beso:
con urgencia de ser
brutalmente desmembrado por alguien
y reconstruirse. Con necesidad
de dirigir el ruido en el espejo
de armar el rompecabezas sobre el piso
y juntar cada pieza
para elevar los ojos y en ellos, concebir una nueva mirada.
Qué tal si el mundo es
un hombre que de verdad lo intenta,
y vuelve a encontrarse
con el mismo hombre cada vez que lo logra,
con los mismos dientes, la misma angustia,
con el mismo gesto
arrogante, impasible,
resignado a cargar sobre los hombros
su narciso enfermo
su orquídea vacía,
su filosa llama.
Qué hacer para ayudarlo
si es un viejo sin escrúpulos,
cómo abrir el grillete de su soledad sangrante
hacerlo descender de la ruleta rusa
salvarlo sin una bala
trozar su redondo sí
Cómo limpiarlo de su cuerpo,
de su apretada boca:
empujarle a salir de su mente en ruinas,
taciturna entre las cuatro paredes
de un santuario;
cómo esfumar la puerta
de la casa en llamas tras de sí:
cómo lo quemas sin volverle tizne,
lo ahogas, sin hacerlo humo
cómo desfiguras su maldito rostro
que no se cansa de reflejar las arrugas del miedo.
Cómo volverse otro cuando el Uno es Uno mismo.
Qué tal si el hombre
olvida el atavío, la cara
la ceniza, la lumbre,
el polvo y el muro que contiene al agua,
que tal si anega hasta el último cabello
en el mar
a media noche,
para ver la lluvia desde el fondo de un pozo,
qué tal si se hunde en la cabeza encrespada
del azul
e igual que un pez
ondula, oscila, encorva. Igual que ojo
frío se cierra. Y después
se mantiene quieto.
Qué tal si el mar lo retorna en su lengua
—al que fue hombre— con un verso, desnudo
sobre las rocas, atravesando la luz, sin ropaje
como la noche, exacto al compás
con el que avanza la tierra,
al mismo ritmo,
al mismo pie, igual que si de pronto
debajo de la lluvia y el fuego, fuera un niño
que mira a través de las cosas
en cada uno de sus instantes y cada una de las palabras
a Sidérea, viva en su mente, murmurando,
en una extraña fonética de aves, o dunas,
un cántico —que semejante al agua— quema.
Qué tal si vuelve el que era Nombre
ya sin casa, ya sin tiempo, ya sin hambre,
ya sin amo, ya sin furia.
Que me tiren al mar / como a los marineros
pero con música. / Quiero que toque la tambora
cuando me muera / me quiero llevar la música
al fondo del mar / al cielo
¡Por si allá no hay!
Distancias bemoles
(fragmento)
Mi padre me dijo
Lo que tienes realmente hermoso
son el pelo y los dientes
Pobrecita hija mía
bastante desprotegida naciste
Dejadita de la mano de Dios
Cuando me di regalada al amor
porque no creí que dones tan escasitos
valdrían gran cosa
me acariciabas el pelo
como a perro faldero recién bañado
Y los dientes
no me los viste nunca
porque a caballo regalado…
Ahora comprendo tu obsesión preciosista
por las yeguas de pura raza
y las perras de caza mayor.
La alforja de la sal
(fragmento)
Olvidando su condición de animal de agua
salta retando a las gaviotas
pierde pie en el aire
se borra su intención de vuelo
Alcanza uno más alto-el de la muerte-
llevado por esas otras alas