domingo, 23 de marzo de 2008

Entrevista publicada en El Financiero


El incómodo platillo de la poesía

Por Sergio Raúl López

Tanto discurso repetitivo ―y lamentablemente no hechos reales― que reafirma la democracia, los derechos humanos y la igualdad nos han velado un hecho cierto, real: somos seres violentos por naturaleza y determinados por el conflicto. Simplemente para comer necesitamos matar. Y así se canta en el poemario Vitrina de últimas cenas, de Andrés Cisneros.
La idea de que no existe una sola última cena es provocadora. La institución de la eucaristía se realizó específicamente en el Cenáculo en una casa de Jerusalén dos milenios atrás. Pero en este libro de la colección "Las Cenizas del Quemado" de la editorial VersodestierrO se nos ofrecen 26 de ellas. Y no en la privacía de un grupo compacto de discípulos, sino abiertas, expuestas, en el mostrador, en la vitrina.
Tampoco se refieren únicamente al ritual de deglutir, mediante la metáfora de un trozo de pan y un trago de vino, carne y sangre del santo, del iluminado, del ungido. No, aquí el acto caníbal, la alimentación y por ende la sobrevivencia mediante la muerte del otro ocurre en el seno familiar entre hermanos que piden trozos del más pequeño para no morir de hambre; de una perra madre que es despojada de sus cachorros para protegerlos de ella misma; de un doctor inmaculado cuya ensalada limpísima carga el cisticerco que condena a muerte, o de los ruidosos, espléndidos poetas que acaban descubriendo que se cenaron a sí mismos y a la decadente poesía que dicen encarnar.
Lo real ―propone el autor― es que estamos inmersos en una sociedad en la cual existe un canibalismo inherente, que sólo puedes trascender en la medida en que tienes conciencia de su existencia, de lo complejo que es matar al otro o anularlo para mantener la comodidad personal. También se opone al discurso de que en las sociedades democráticas actuales ya no existe la discriminación, el racismo, que no hay elitismo ni clases, pues existen y no podemos vivir con una venda pensando lo contrario. En realidad somos bombardeados por campañas que nos venden la nota roja y el escarmiento público, que predican con violencia la no violencia.
En la vida diaria de las sociedades contemporáneas, añade, es muy sencillo comprar y abrir una lata de cochinita pibil o de pozole, y comerlos de inmediato. Mucho más accesible, dice, que el ritual culinario de matar y preparar la comida propia, de tener la conciencia del proceso, que se ha perdido de vista. Y esto significa una actitud ante la vida que nos permita generarnos a nosotros mismos como seres humanos.
La colección de poemas, prologados por Enrique González Rojo y por Adriana Tafoya, circula desde hace algunos meses por las calles de la ciudad de México. Sus mil ejemplares no fueron a parar a ninguna cadena grande de librerías, ni a las bodegas de ninguna institución cultural, sino transitan de mano en mano por cafés, centros culturales e incluso por los pasillos del transporte público en un intento por acercarla a toda la gente y alejarla de los corrillos y círculos cerrados en los que se mueve la poesía oficial. Tal es el proyecto que anima a VersodestierrO.
―Lo que traté de hacer con los poemas de Vitrina de últimas cenas es generar un conflicto en torno a la naturaleza del ser. A fin de cuentas qué sería del ser sin la violencia. Somos seres violentos por naturaleza y el conflicto determina la consustancialidad de lo que somos. Fuera de eso no somos nada y, efectivamente, esa es la premisa posmodernista.
―¿Diría que sus poemas son incómodos, que buscan apartarse del concepto común de la poesía como un medio para sublimar la belleza, para extasiarse?
―Son incómodos, muy incómodos. Pienso que así resultan porque exteriorizan la intimidad que estamos acostumbrados a no compartir y a ocultar, pero que están latentes, que todos hemos sentido y vivido, no nos resulta ajena, pero que implica aceptar, en principio, que somos seres falibles, imperfectos. Y sobre todo que somos seres que necesitan matar para vivir.
―Esa parece ser la premisa del libro: la sola ritualidad de comer implica ingerir un cuerpo, un ser en descomposición.
―Todo alimento es un cadáver, lo mismo en el vegetarianismo que con lo carnívoro. Sea un trozo de res o una lechuga, te estás comiendo un cadáver. Ahí entra de nuevo la discriminación: ¿nada más porque es una planta o es un animal y no un humano ya no es un cadáver? Me parece necesario esclarecer ese punto: todos estamos hechos de todos y no podemos deslindarnos, es la sustancialidad en la que estamos inmersos. El punto es hacia dónde queremos llevar esa conciencia para generar un mundo particular y no ser la copia de la casa del vecino. No copiar las cosas por pensar que así es el debería de ser del mundo.
―¿Cómo concibe al poeta? En "La gran cena de los poetas" no habla del poeta trascendido sino del que enfrenta su propia decadencia aunque se considere...
―... casi divino. Sí, enfrenta la sacralidad en la poesía asumiendo que fue una herramienta para generar una idea de eternidad. En esta obra apunto más hacia la infinitud de las cosas que hacia la eternidad, que no es otra cosa que tomar un momento y hacerlo perpetuo, cosa que no existe sino en la ficción. El mundo ha simbolizado la eternidad como la unidad, el uno, el monoteísmo, una sola idea a la que asirse y dejar de lado la incertidumbre. En cambio, el 999 es el infinito antes de la unidad que sería el mil y absurdamente se convirtió en el 666, en símbolo del Diablo, a fin de cuentas es el símbolo de la división, del pánico ante la existencia, ante la diversidad, lo múltiple, lo impredecible. Reconocerlo no implica aceptación solamente sino el no saber qué va a pasar.
―La idea final del poeta en decadencia, descomponiéndose, le da cohesión al poemario, encuentro en todos los poemas accidentes en torno al ritual, a lo que debería ser.
―No trato de descartar esos mundos sino de retratar lo que sucede y hacer una radiografía, un desdoblamiento de toda esa complejidad dolorosa, a veces trágica, de la imposibilidad del ser que busca salir y no puede cuando bastaría que volteara para ver otra salida.
POÉTICA
Autogestiva.
Tres años han bastado al colectivo Verso Destierro para editar una veintena de libros y una decena de revistas, además de organizar regularmente presentaciones, lecturas e incluso un torneo a dos de tres leídas sobre el ring, siempre en el ámbito de la poesía. Pero con una singularidad que lo aleja de la gran mayoría de los proyectos culturales de este país: sin recibir un solo centavo del Estado.
Ni de las becas, ni de las coediciones, ni de los apoyos monetarios de fundaciones privadas, sino de la gente. La mecánica es simple: el nuevo ejemplar de la revista no aparecerá sino hasta que la anterior se haya vendido lo suficiente como para editarla, lo mismo que los libros.
Lo más sorprendente es que las ediciones se agotan. Pero no por aparecer en las mesas de novedades de las cadenas libreras masivas, ni por ser anunciados en los medios, sino por el contacto, cara a cara, con los posibles lectores; es decir, con cualquier persona. Así, podemos hallarnos a sus promotores, los poetas Andrés Cisneros y a Adriana Tafoya ―la doble A poética, como gustan bromear― en los circuitos de cafés, de bares, de restoranes, en el Metro o los camiones, abordando a amas de casa, obreros, ofreciendo los ejemplares mano en mano y a precios accesibles, incluso menores que muchos proyectos subvencionados.
La fórmula de tal éxito se resume de manera sencilla en boca de Andrés:
―Es un chingo de trabajo. De otra forma no podría hacerse, pues se necesitarían mil cosas para generar un medio. De Francia trajeron un grupo para que te susurraran poesía en los vagones del Metro y pagaron gran publicidad, cuando a fin de cuentas la poesía mexicana está viva, se está escribiendo y hemos conseguido una estructura que permite que un libro se agote en tres o cuatro meses y la revista incluso en dos. Fluye, cumple su cometido, llega a las manos de la gente y no está guardada en una bodega. No importa que no sea negocio, lo vendemos barato pero se sustenta, siempre estamos en déficit. Una revista pegada a mano y con pasta dura en una librería te costaría 150 pesos y acá la damos en 50, un precio casi simbólico que nos permite seguir haciendo libros.
Curiosamente, la directora de la Casa del Poeta, Carmen Férez, no lo entendió así. El 19 de abril de 2007 amenazó con llamar a la policía si Andrés no salía del café Las Hormigas ni cesaba su "comercio ambulante" cuando uno de sus autores, Max Rojas, mostraba su trabajo tras la presentación de Carlos Mapes. Una lectura callejera en las afueras del recinto fue la protesta ante el acto de censura. (SRL)

Breve ensayo

sobre Vitrina de últimas cenas



Por Blanca Estela Vázquez Hidalgo*





El cuerpo de la poesía /yace en la mesa

con una sombra en los ojos

pájaro de plumas tornasoles

aceitadas en el azul acuarela

/de la mirada


Mujeres y hombres transitamos por un mundo irreverente, simple, cotidiano; en el que vamos encadenando historias, momentos, voces, letras, poesías; esos actos convierten la estadía de este cosmos, en el recinto esencial para vivir. No estamos solos, dependemos de él o de ella para saciar el apetito de amar, sufrir, engañar o morir.


La poesía es una vitrina de creación abierta que se ofrece a los espectadores hambrientos de la palabra, aquellos que buscamos aplacar el hambre con nuestras querencias y con los desamores tortuosos; esa vitrina poética está abierta a otras sensaciones, se permite deambular por los rincones literarios y se implanta en las calles silenciosas, en las paredes derruidas, en la piel agrietada, en los sueños robados, en las comilonas litúrgicas donde el ser humano engulle, traga, saborea, mastica el alimento.


El alimento es la sustancia ingerida por los seres vivos, a través de él se nos brinda energía y nutrición; formamos cadenas tróficas en las que nos relacionamos entre si; siempre el más fuerte se come al débil. Pero no, no es incorrecto, “…el pez grande se traga al chico, …la lagartija grande se traga a la pequeña, …el hombre se traga al hombre…” como bien mencionaba Sabines.


Andrés Cisneros de la Cruz ofrece en Vitrina de últimas cenas una estantería de sensaciones que nos repliega como compradores fortuitos del ánimo poético; no sólo nos exhibe grafías , sino imágenes que recrean nuestra psique y nos incluye en un espacio blanco y negro donde las líneas dibujan cuerpos, rictus, bestias, humanos… láminas que exponen belleza en claroscuros, quimeras anhelantes que se asocian con vasos, tenedores, dientes, espinas dorsales, sufrimiento.


El texto tiene un formato de 13.5 por 16.5, lo cual brinda accesibilidad al lector, libre poseedor del libro puede llevarlo en la chaqueta, en el bolso, en el morral o en las manos como un ser preciado. Consta de 124 páginas, las cuales guardan el prólogo elaborado por la poeta Adriana Tafoya y remata en una guarda que sirve de separalibro con un prólogo prolongado a cargo del poeta Enrique González Rojo quien expresa que la lectura de este poemario es “un viaje al archipiélago de sorpresas”.


Con tipografía romana, que es una de las preferidas de los diseñadores gráficos, a una tinta, en papel de gramaje ligero, forma parte de la Colección Las cenizas del quemado con el número 4 de Editorial Andrógino y de la Revista Verso Destierro. En la segunda portada aparece una fotografía de Jorge Guerrero Vera que muestra una cabeza de un rumiante en el suelo y encima de ella en técnica mixta la figura de una serie de utensilios del tablajero: Gancho, cliver, filetero, tijera, martillo. Es la efigie del sacrificado. Y son las ESCENAS de Omar Soto las que nos permiten acompañar la poesía de Cisneros de la Cruz a través de la imagen; son 12 Escenas en portada e interiores.


Leer y releer las páginas de éste poemario me dice que publicar libros sí tiene futuro y sentido, hecha abajo la teoría de MacLuhan y Negroponte quienes creen que el libro desaparecerá, estos y algunos otros no se han podido enganchar con el placer, gusto, emoción, coraje que ofrece la lectura. Y aún más cuando se trata de poesía; ya que el género lírico ha sido vedado para el pueblo y ha sido encumbrado a la alta esfera intelectual. Pero, qué es la poesía sino un cúmulo de sensaciones intimistas que desnudan al individuo, lo torturan voces que llenan hojas blancas; él nos autoriza a conocerle a través de la lectura, nos permite hacer nuestra a la poesía, a interpretarla, a sufrirla, gozarla y a mimetizarla.


Vitrina de últimas cenas agrupa 27 poemas de los cuales 25 son vitrinas a los escenarios cotidianos y 2 que ofrecen visiones de los poetas a través de un gran festín: La cena.


Cada uno de nosotros se convierte en un constante espectador de vitrinas, armarios o escaparates en los que vemos expuestos el dolor, el odio, el sufrimiento, la alegría, la traición, la muerte, la sorna, el ultraje. Así, vamos comprando y adquiriendo experiencias que enriquecen y envilecen a esto que llamamos Ser humano. El lenguaje poético cambia nuestro modo de habitar y entender el mundo, Andrés Cisneros lo equipara con una gran vitrina que muestra el deseo, el enjuiciamiento, la ley absoluta, el hombre hueco o la luz tenue.


La poética de Cisneros de la Cruz ofrece al alimento como leit motif de su obra. Sí, hablamos del alimento cotidiano: carne, frijol, epazote, mole, huevo, ajo, chile, berenjena, sal, leche, salmón, melón, fideos, yogurt, lechugas o coliflores; estos elementos van haciendo bifurcaciones con las emociones y entonces nace el alimento espiritual, ese impulsor del ánimo y de la esencia inspiradora. Logra plasmar en la poesía el ritual de la preparación y degustación de la comida que tiene un gran valor simbólico, sobretodo en la familia mexicana; quienes a través de la hora de los alimentos nos amamos u odiamos, externamos las penas y alegrías que cargamos con nosotros y entre cucharada y cucharada de un plato de sopa caliente enfriamos el alma de nuestro acompañante.


En el poema Vitrina del amoroso alimento (p.20) recrea la belleza del mole verde, el escenario en que se sirve, la forma, el olor; pero sentencia que para que degustemos ese alimento “alguien asesina y alguien muere”, quién nos erigió a nosotros humanos como los cazadores y catadores de lo que aquí existe. Y muestra a la poesía como el alimento del ser humano. “¿Quién se comerá este poema?".


El poeta recrea toda una sinestesia “…los colores en las bocas se hacen oscuros / son absorbidos por glándulas mojadas” plasma el goce del acompañamiento del comensal, logra una analogía del sexo femenino y el masculino con los alimentos “las vulvas esponjadas / en la textura de las zetas /o la rigidez de las zanahorias / penes erectos al margen del coito…” es el placer de morder, de observar; “ …el desgarre del cadáver / el jugo de su sangre / alimento de nuestra exquisita existencia”. (p23).


El alimento es un tema literario desde épocas remotas : La Odisea, El Satiricón, El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, El Lazarillo de Tormes, Ensalada de Pollos. Y esto tiene que ver con la importancia del sentido culinario, cada región, cada país tiene sus olores, sabores, sus paladares. Viven en comunión con las múltiples situaciones cotidianas. Comemos con los ojos y aguzamos los dientes para defender nuestra ideología. El alimento se equipara con el trabajo del libro, uno es remedio para las necesidades fisiológicas y el otro es remedio del alma que cura la ignorancia.


Son diversos los escenarios en los que se expone el alimento: casas, mesas, mercados, calles, ahí nos reunimos para dar a los que queremos la savia del alimento, de nuestro goce “…todos bebamos del mismo vino / y comamos del misma esencia / para sentir que estamos / hechos de la misma / carne” (p.47).


Cada vitrina muestra visiones de lo que nosotros hemos sido o sentido, el poeta permite que nos mimeticemos en cada línea versal y duele, duele la similitud del abandono o de la mutilación.


El espacio que ha sido reservado en diversos periodos por sociedades patriarcales a la mujer: LA COCINA en el poemario ha quedado de lado, ya que aquí mujeres y hombres no son desterrados del ritual del alimento, no sólo el que prepara sino el que degusta, hombre y mujer sienten, crean diversas alquimias de humores, muerden el sabor antiguo para saber si se es feliz buscan el manjar de la alegría y envuelven el sabor del dolor.


Empleando metonimia, oxímoron, prosopopeya el poeta forma versos libres, los encadena con musicalidad; es poesía para leerse muy quedo, pero también para gritarla desde las vísceras, para romper el silencio de los comensales espectadores de los reconcomios emocionales.“No es que muera de amor, muero de ti” dice Sabines y como Andrés Cisneros morimos por la necesidad, por el hambre, nos traslada a su persona, nos modifica a un solo ser, porque cuando nuestros labios poseen las palabras, nuestra piel íntegra y la entraña emotiva recoge nuestras vivencias y las grita sin reparar en lo cotidiano de su lenguaje, porque así, así hablamos natural y con querencia, con temor y frustración cada uno de nosotros los simples mortales.


El texto nos regala el yo poético, logrando una introspección del lector, no se limita a un espacio: duerme en el vientre, espera le cena hirviente de las pociones nocturnas, mira el ardor de los pezones y devora ávido con suculento deseo ese manjar de nueces oscuras; reflexiona sobre los poetas, seres inmaculados, simples como cualquier mortal. Así es la poesía que encierran estas vitrinas, una constante conversación con nosotros mismos, las formas convencionales estéticas no le preocupan, porque su brillantez se centra en lo íntimo de su persona, en su tinte negro que profiere de vida a sus reflexiones.


Es la poesía de Andrés Cisneros de la Cruz una Vitrina a las más profundas emociones, equipara los sacros alimentos con nuestros más íntimos deseos a través de un lenguaje coloquial, que destaca nuestro vivir diario, no le teme a las voces tabúes, no espanta su universo, porque libre de prejuicios es como se puede escribir una verdad: su verdad. Recordemos que la poesía es intimidad, él nos la presenta para que ustedes y yo la interpretemos, la sintamos.


Permítanse degustar Vitrina de últimas cenas, chúpense los dedos, dense un hartazgo y cuando estén hasta el gollete sabrán que la poesía no mata de hambre y que son humanos hasta la médula.




Texto presentado en la presentación del poemario Vitrina de últimas cenas del poeta Andrés Cisneros de la Cruz en la UAFyL el día 18 de junio de 2007 en Chilpancingo, Gro.



*Estudió Literatura Hispanoamericana. Es docente y analista cultural.