jueves, 15 de noviembre de 2012

domingo, 23 de septiembre de 2012

martes, 14 de agosto de 2012

Boletín de prensa


Tomás Browne, Premio Latinoamericano
de Poesía Transgresora Verso Destierro 2012
A todos los medios de comunicación:
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México, DF.- En la Ciudad de México, único en su clase, el I Premio Latinoamericano de Poesía Transgresora Verso Destierro 2012, fue otorgado por unanimidad al poeta chileno Tomás Emilio Browne Cruz (Viña del Mar, Chile, 1982), con su obra Revelaciones de un Cuidador de Inicios.  
El novedoso premio, convocado por la Editorial Independiente Verso Destierro, que cumple diez años de promover la poesía emergente en México, es “una incitación a los poetas, para que tengan arrojo al momento de la escritura y sobre todo que se mantengan en la búsqueda de aquellos límites que aún no se hayan traspasado tanto en la escritura como en el pensamiento”, aseguró el ensayista y director del proyecto independiente mexicano, Adriano Rémura.
El jurado, compuesto por la poeta e investigadora de género Argentina Casanova; la poeta social, Gloria Gómez Guzmán; el gran poeta chiapaneco Roberto López Moreno; el poeta y editor, Andrés Cisneros de la Cruz, y para el voto de calidad, el recién homenajeado poeta y luchador social, Leopoldo Ayala, el cual aseguró que “entre los trabajos destacó por su calidad y alcance de transgresión en lo erótico, político, social y lingüístico, el libro Revelaciones de un Cuidador de Inicios, con el número de participación 165, y bajo el seudónimo de William Esperanza”.
Por otra parte el poeta emblemático del movimiento estudiantil del 68, Ayala, considero pertinente dar una mención de honor para el poeta mexicano Pedro Esaú Corona Manjarrez (Ciudad de México, 1984), “con su poemario Carne para pájaros, con el número de participación 131, bajo el seudónimo de Abel C. B”.
Elegido entre 167 trabajos provenientes de Cuba, Chile, Costa Rica, Perú, Venezuela, Nicaragua, Colombia, Ecuador, Guatemala, Uruguay, Paraguay, Argentina y México, el libro de Tomás Browne a decir del jurado es “un instructivo para ver y hacer el mundo de manera diferente; su punto crítico de transformación radica en el símbolo solar/lunar hacia la figuración caótica de los elementos, con una carga filosófica que reflexiona sobre la posibilidades, tanto de personajes pasados, que dieron inicio a una perspectiva diferente, como al potencial personaje inaugural”.
La Editorial Verso Destierro como una iniciativa en México por la transparencia en los concursos literarios, publicó el dictamen de cada uno de los jurados, así como el procedimiento de selección que se llevó a cabo en www.versodestierro.com, “esto con la intensión de que los poetas tengan la confianza de que existe una crítica honesta con la cual pueden saber por dónde va su trabajo”, afirmó la poeta fundadora de este premio, Adriana Tafoya.
Entre los comentarios más polémicos, destaca el de la poeta tamaulipeca Gloria Gómez Guzmán, que apuntó: “Me entristece mucho constatar que la transgresión que alcanzan a vislumbrar nuestros escritores participantes, no se arrima mucho a lo que los tiempos demandan de ellos; habría preferido más rabia destructiva que una penosa revolcada a la gata en el mismo lodo de siempre”.
Por su parte, el poeta chiapaneco, Roberto López Moreno, en su dictamen escribió sobre la calidad del concurso lo siguiente: “Aunque los organizadores del premio me explicaron claramente que se premiarían los poemarios más arriesgados por su contenido y por su libertad y crítica a la realidad o los mejores logrados en ese margen, el genio de los participantes fue tal, que dentro de esos mismos lineamientos se abrían diferentes cauces que llevaban a los más diversos universos”.
Así mismo, cabe mencionar que la Editorial Verso Destierro en 2007 fundó otro certamen denominado Torneo de Poesía Adversario en el cuadrilátero (poeta versus poeta), ante lo cual Adriana Tafoya anunció que la convocatoria para este torneo estará publicándose a mediados de agosto: “En un principio era raro que la poesía fuera un deporte intelectual, pero podemos decir que México con esta iniciativa de Verso Destierro será el país que en su momento, en unos años tal vez, promueva que la poesía esté oficialmente dentro de los Juegos Olímpicos”, concluyó la editora.
Tomás Browne, ganador del I Premio Latinoamericano de Poesía Transgresora 2012, forma parte del Foro de Escritores de Chile, en donde fue publicado su libro Trazar con Voz, así como coeditor de Chancacazo Ediciones. En 2008 publicó Excursión a los Sucesos, poemas-relatos que aparecieron en Luciérnaga Ediciones. Actualmente radica en Australia, escribe Quipus, poemas visuales que aparecerán editados en la Comba Ediciones en España. También es traductor de e.e. cummings.

jueves, 10 de mayo de 2012

Lo que se cimbra por dentro en Andrés Cisneros de la Cruz





Por Arturo Alvar

Si con el primer libro Vitrinas de últimas cenas (Versodestierro) al ofrecer el cuerpo de las significaciones para la degustación antropofágica, empezó por violentar la realidad, mientras que en su tercer poemario Como la nieve que dejan los muertos (Versodestierro), ofrendó a su hija un paisaje de tumbas para los sordos de rencoroso corazón ―de las que extrajo con inteligencia “la oscura lámpara de la Vida”―, en este su cuarto poemario Ópera de la tempestad (Versodestierro), el poeta se lanza contra sí mismo para derrocar al héroe, que es la consigna con la que empieza a cantar hacia adentro, con los acordes de su propia circunstancia, donde se reconoce como un hombre:

“con el mismo gesto/ arrogante, impasible,/ resignado a cargar sobre los hombros/ su narciso enfermo”.

En este desdoblamiento crítico del mundo interior de un hombre en conflicto, Andrés me recuerda a Jaime Gil de Biedma y sus versos: “Oh innoble servidumbre de amar seres humanos,/ y la más innoble/que es amarse a sí mismo!”. Sin embargo, más que un guerreo que se vence a sí mismo, el odio de Andrés Cardo sirve para que el mundo:


“disuelva su apariencia,/ y se rinda,/ para que guarde la espada/ y evite tanta inútil guerra/ que sólo engrandece al sueño”.

Ese sueño de grandeza de que no se confronta con la realidad, cuya miseria está hecha en mayor medida de buenas intenciones. La rebelión para el poeta consiste precisamente en el trabajo de nombrar al mundo para concebir una nueva mirada. Pero la mirada de Andrés transforma la rebelión personal en revelación colectiva y de esta forma:

“el mar lo retorna en su lengua/ ― al que fue hombre― con un verso, desnudo/ sobre las rocas, atravesando la luz,/ sin ropaje.”

De esta manera, como lectores podemos ser parte de la metamorfosis del poeta, en aquel niño “que mira a través de las cosas/, en cada uno de sus instantes y cada una de las palabras/ a Sidérea, viva en su mente,/ murmurando en una extraña fonética de aves, o dunas,/ un cántico”.

Hay, pues, en Cisneros de la Cruz un oficio como de un laudero de su propio cuerpo, quien crea para sí ―hereje―, una música donde corre y se afina la sangre del mundo, en un “canto tallado hacia adentro”, es decir, entregado a la poesía pero también a los cuestionamientos que hacen cimbrar la condición humana, en el ir y venir de todos los días.

¿Pero qué es lo que hace cimbrar a Andrés Cardo? Ya lo dije en parte: la entrega a la vida; el odio que se aviva porque quizá pueda “librarnos de este círculo incendiario”; el hambre que desgarra las entrañas y carcome la Esperanza; las aspiraciones del hombre común, que aunque vanas son las tribulaciones de nuestro tiempo. Así también se indigna ante el poder y se inconforma con el esclavo que acepta sumisamente la cárcel que nos sitúa entre el lucro y el látigo.



Ahí donde se erige una piedra de sol, Andrés Cardo ve a un “hombre araña” queriendo vislumbrar la cima del poder. En esto hay una simbología que critica tanto la solaridad del canon imperante como el tratamiento usual de los atributos femeninos frente a lo masculino. Pero también, Andrés nos increpa a hacer escarnio del absurdo y se vuelve entonces el merolico que pregunta al transeúnte: ¿apostaría su vida por una vida nueva?  Alguna vez alguien dijo, quizá en su único momento de lucidez, que Andrés cargaba una cruz muy grande. Pero Andrés, en todo caso, es el madero mismo. Con dos palabras levitando en su boca Sidérea y Arbora, sostiene la insurrección del los astros para con el sol, sabiendo de antemano que esa batalla no se puede librar sin establecer un vínculo entrañable con la propia Tierra.

Coincido con Armando González Torres cuando afirma que en Ópera de la tempestad, “hay un sentimiento latente de indignación social y solidaridad con los desvalidos” y que en ello estriba una de sus mayores virtudes, en cuanto a la emergencia de una poesía social lejos de la militancia política. Sin embargo, no creo que la crítica que se hace a la sociedad en este libro constituya una mera extravagancia, pues no se habla desde una élite ―sino desde la voz popular―, así tampoco un discurso amoroso, pues encuentro sólo un poema de  tono “lírico” que es el de Cántico para la boca de Adriana.

Hace un par de años leí una entrevista donde un joven editor afirmaba que publicar un poemario hoy en día constituye una “tarea en verdad heroica”, sobre todo haciendo referencia a las publicaciones de autor. Sin embargo, ese heroísmo no se ve ensalzado en el trabajo editorial que impulsa Andrés Cardo y Adriana Tafoya a través de Versodestierro, sino que más bien viene acompañado por una intensa y constante labor solidaria, que ha incluido a toda una comunidad de creadores emergentes, de tal forma que con la publicación de Ópera de la tempestad Andrés Cardo no va en solitario, sino que puedo afirmar que con este impulso se da madurez a toda una generación, sobre todo a los poetas nacidos en la década de los setentas.


Lo que carga encima Andrés no tiene un peso que no lo deje andar (aunque sabemos los libros son de los objetos más pesados). Al contrario, lleva consigo una parte importante de la poesía mexicana que nos hará caminar por este intrincado siglo. La levedad de Andrés para afrontar empresas de gran envergadura, es un peso que no cualquiera podría cargar en el ir y venir de estaciones del metro; en la complicidad con los obreros-impresores para calibrar las tintas; en el ir y venir de bares, calles y sombras; de dejar la fiesta para ir a trabajar, vendiendo libros de mano en mano, donde sin embargo:

“Ninguno de los tramos/ que he pisado en esta tierra, me pertenecen. /Yo sólo estoy de paso”.

Sólo así se explica la calidad poética de un hombre como Andrés Cardo, consciente cada vez más de las posibilidades del lenguaje, pero también de las posibilidades de transformación del mundo. A propósito de tempestades, Andrés no es un astro que se ha alzado sobre los otros para instaurar su propia luz, si no que su palabra se alza con las olas, junto con “la musculatura del agua” como alguna vez me dijo; es decir, junto con la marea que trae a otras voces. Que su música indignada entonces nos llegue y nos talle por dentro, esa es la consigna. Siquiera un momento de ira, incuslo para los indiferentes, diría nuestra imprescindible poeta Norma Bazúa.

Aquí no hay primavera sólo cruentos  retoños
un poeta que en su hoguera de latidos se revela
delirios de ira sobre un follaje de tramas y tonos
donde un trueno entre las sombras reverbera
poesía que se cimbra y que se siembra
en el caballo desbordado del oleaje
que atina en su llameante decisión
a lanzar contra sí todo el rencor del mundo.

martes, 7 de febrero de 2012

Breve ensayo sobre la Ópera de la tempestad, por Jorge Aguilera López, en Periódico de Poesía

Publicado originalmente
en Periódico de Poesía
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portada-opera.jpgÓpera de la tempestad
Andrés Cisneros
de la Cruz
Versodestierro
México, 2011

Por Jorge Aguilera López
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No. 46 / Febrero 2012



El libro del que ahora hablamos es, me parece, un texto inquietante. En consonancia con el título, Ópera de la tempestad puede leerse, sinonímicamente, como una obra convulsa, tanto en su intento como en su concreción. Parto de dos supuestos: uno, que atañe al intento, es la certeza de que el autor desea provocar tormenta, remover nuestras preconcepciones sobre el deber ser de la poesía, sobre los vínculos del poeta con el hombre y el mundo; dos, que se refiere a la concreción, es la percepción como lector de estar leyendo un libro anómalo en el continuo de los ejercicios poéticos que hoy día es posible leer, entre los escritores coetáneos a Andrés Cisneros de la Cruz. Intentaré explicar ambos presupuestos.

Sabido es que la poesía ha tenido un desarrollo histórico tal que la llevo, primero, a escindirse en épica, lírica y dramática, para después configurar los géneros literarios que hoy conocemos, donde sólo la lírica mantuvo el valor de poesía. Andando el tiempo, esta lírica terminó por abrogarse el terreno de la subjetividad interna, de tal suerte que el texto poético prestigioso fue aquel que preferentemente sólo mantenía el contacto del poeta con su interior (la famosa torre de marfil), y el vínculo del poema con la realidad externa se mantuvo en un plano secundario, desvalorizado, por momentos incluso, desprestigiado. Frente a este entorno, Ópera de la tempestad opone el tema que será su leitmotiv: la rebelión del yo contra sí mismo. Este motivo temático (para emparentar nuestro vocabulario crítico con el musical que el libro sugiere) aparecerá como ritornello durante la lectura: El primer poema, Árte bélico, dice: “Contra uno es la rebelión,/ derrumba al héroe para vencerte”. Esta inscripción en el pórtico del libro nos conduce, cual paráfrasis al Oráculo de Delfos, por el camino de una voz poética que busca llevar al extremo el ejercicio de autoconocimiento: hasta la destrucción del yo subjetivo que habita la poesía, en su afán de reconstituir el vínculo del poema con el mundo. En el poema Canto tallado hacia adentro, penúltimo del libro, es posible reconocer esta lucha con el lenguaje literario en tanto abstracción del significante; el afán por reconstituir el vocabulario, aun a la manera dadaísta si se quiere, con el afán de volverlo asequible al hombre, vale decir, reconstituirle su valor social: llenarlo de humanidad.

Ahora bien, este afán de recomposición ocurre, como debe ser en todo poema, desde la construcción formal. La enunciación típica del poema lírico, que nos acostumbró a la primera persona del singular desde el Romanticismo en adelante, aparece en este libro sustituida por un hablante poético que se expresa generalmente en plural o en segunda persona, con la clara intención de involucrar al lector en la pugna. En poemas como Brotan hélices en las manos del quijote o Cántico para enfrentar el día, el ‘nosotros’ del poema es también un imperativo a la acción colectiva, a incidir en la auto-transformación que el poemario propone: “Si estamos aquí/ es para cambiar la imagen que baila en el espejo”. De modo semejante, poemas como Cántica para preparar un disparo o Metáfora del disparo, el cual cierra el libro, recurren al ardid estilístico de entablar un diálogo implícito con el interlocutor a través del ‘tú’ al que el poema alude. En estos dos ejemplos, no es casual el término compartido: el vocablo ‘disparo’ expresa, metonímicamente, la violencia verbal ejercida en el poema, tanto contra el receptor como contra la realidad fáctica. En otras palabras, la lectura de las formas elegidas por el poeta arrojan luz sobre su intencionalidad socializante: establecer comunicación con el mundo a través del lenguaje poético que ha decidido utilizar.

He dicho que, además de leer el intento por convulsionar la relación entre el poema y su realidad, es posible mirar este libro también como un texto anómalo para el entorno literario que comparte. Un rasgo en este sentido ya he adelantado: Ópera de la tempestad busca un diálogo directo con el lector y su realidad, antes que concentrarse en la autosuficiencia del yo subjetivo o de plano, en la abstracción de la impersonalidad poética. De acuerdo con diversos estudiosos, todo poema que aspire a la efectividad comunicativa (como me parece es el caso), prescindirá de las ideas preconcebidas sobre la poesía. En un circuito de poetas que mayormente escribe para agradar a jurados de concursos, becas y demás presupuestos oficiales, Cisneros de la Cruz opta por el lenguaje llano, por la versificación irregular, el giro narrativo y el referente popular. En este sentido, podemos ejemplificar con un poema como La metamorfosis del hombre araña, donde, además de volver al tema-guía del libro (el ‘hombre araña’ en pugna con su fatalidad de trepa-paredes), leemos un poema que cuenta una historia (algo que abomina el prestigio lírico) con base en frases directas, con ecos incluso de una canción popular (no puedo leer el poema sin pensar en Construcción de Chico Buarque). No obstante, el efecto poético se logra mediante ciertos giros trópicos. Primero, la presencia volitiva –prosopopeya, dirían los clásicos– de su rebelión interna: “Destruye –gritan las voces./ Destrózalo todo –piden./ Y así lo intenta./ Fúgate –ruge el intestino–/ golpea –saliva la venganza”. Este trabajo retórico, posiblemente aprendido en su admiración declarada por Enrique González Rojo, verdadero maestro de la disociación poética, permite salvaguardar al poema de la simple anécdota contada. Permite, también, filiarse a un contra-canon poco valorado pero no por ello menos importante, el cual recorre nombres como los de Leopoldo Ayala, Roberto López Moreno y el mismo González Rojo Arthur, todos ellos marginales a la oficialidad poética, camino que conscientemente ha decidido recorrer Cisneros de la Cruz.

El poema que da título al libro, Ópera de la tempestad, es sin duda el mejor del libro. La efectividad retórica ya aludida es aquí principio constructor. Este texto condensa los elementos estilísticos que he venido señalando, y es donde encontramos las metáforas más interesantes, de nuevo, susceptibles de ser explicadas en función del procedimiento semejanza-diferencia que González Rojo ha explicado en su teoría poética: “resignado a cargar sobre los hombros su narciso enfermo/ su orquídea vacía, su filosa llama”. Esta “realidad atemperada” (González Rojo dixit) opera a partir de la alegoría del personaje cuya transformación en el continuo poético se enarbola como esa tempestad del título, que batalla en su rebelión interna, que se restituye al mundo transformado por su reapropiación del lenguaje. En síntesis, la galería de recursos que conforman el libro todo se quintaesencian en este poema.

Para finalizar, quiero apuntar que no es mi intención alabar el trabajo poético de Andrés Cisneros de la Cruz sin mayor cuestionamiento. He destacado ahora los poemas y recursos que me parecen dignos de ser analizados, dejando para después la discusión sobre ciertos giros cuyo efectismo me parece más obvio (“la luz es el oro de los pobres”, “Tú dime quién te aprieta en su puño/ y sabré cuál es tu nombre”). Estoy convencido de que, cuando un poeta explora los caminos de la incomodidad y se arriesga a la exploración del campo agreste, los tropiezos pueden suceder, pero es el único modo de desbrozar el terreno poético que tanta falta nos hace recorrer. Felicidades a Andrés por este libro, por correr el riesgo y por proponernos la tempestad como acción poética.