viernes, 25 de junio de 2010

La inesperada poesía

Del por qué no llega un libro de poesía a tus manos

Para algunos soy uno más de los ambulantes. En ocasiones, me han llegado a ver como el hermano que distribuye las Atalayas. No ha faltado quien me ha dado una “limosna” y ha huido convencido de su buena obra, sin detenerse siquiera a ver lo que traía en las manos. Llegan a haber los que piensan que robo y luego revendo. O que compro y luego subasto. Varias personas aseguran haberme visto en más de un lugar a la vez. Dicen, soy muchos. También me han visto como vendedor de Jafra o de Andrea. Una ocasión en un vagón, en la estación más profunda del Metro, atorado entre la gente, leía poesía en voz alta, gritando contra el ruido mudo del silencio, y hubo un señor de sombrero que dijo “eres un héroe”. Me han abucheado, pero también aplaudido en los camiones; en el micro más de dos personas han llorado con un poema, y otras tantas se han dormido. Para los microbuseros soy “el poeta” o “el joven” (algunos piensan en la diferencia); los policías me ven como para darme una suculenta mordida, pero al final terminan con dos libros bajo su brazo (y “quién sabe”, se preguntan ellos, “para qué”). Los ambulantes me ven con rareza, me confunden con “universitario”; pero en la universidad me quieren ver “fuera de reglamento”. He declamado poemas de poetas conocidos y desconocidos, y al cabo lo que se llevó la gente fue la poesía. Soy el encargado de llevarte poesía, a las manos, al oído, a los ojos, a la mente; sin embargo hay cafeteros que insisten en verme como una mosca que molesta al cliente; señoras de la cultura que imaginan soy un paria necesitado de una sonrisa; directores de centros culturales que me enaltecen como a un polizonte dentro de sus barcos blancos y estancados. Una vez un hombre odió mi trabajo, por considerarlo poco elegante, pero al año volvió a comprarme un libro. Un indigente, de entre 112 personas con auto y comida, me compró un libro y lo leyó. 300 personas me dijeron “no”, 134 me dieron la espalda; 60 me escucharon; 30 asintieron y me dieron la mano; 20 compraron un libro; 10 lo leyeron; 5 lo regalaron; sólo 1 lo guardó y recordó mi nombre.

Andrés Cisneros de la Cruz

Poeta y promotor de poesía