sábado, 20 de junio de 2009

Algo sobre "No hay letras..."

Durante la presentación en la Ciudad de Puebla. En la mesa, Adriana Tafoya, Mónica Suárez, Andrés y Hugo López Coronel.

Por Víctor García Vázquez


Buena parte de los poetas mexicanos contemporáneos ha dejado atrás los atavismos románticos, conservadores y sensualistas que algunos críticos reiteradamente han señalado. Es cierto que mucha literatura que se escribe actualmente sigue los senderos trazados desde el siglo XIX; la tradición es una sombra que pesa y no nos deja avizorar una perspectiva más amplia. De ahí que actualmente exista en nuestra literatura una fuerte presencia de poetas neoformalistas, que huyen del riesgo y la originalidad. Prefieren la solemnidad a la insolencia; se vuelven serios para ganarse el respeto y creen que el humor no debe formar parte del poema. La academia y los talleres los certifican como poetas acreditados para preservar la tradición. Según el protocolo que ellos mismos han establecido, sus lecturas en público deben ser verdaderos acontecimientos sociales; deben usar el mismo tono de voz en cada verso, estrofa, poema o libro. Se deben construir un estilo para hacerse identificables. Saben que el currículo es parte del estilo, por eso es necesaria su presentación antes de la lectura del poema.

Al señalar lo anterior, me mueve más un afán descriptivo que un sentido crítico. Entiendo que la “institucionalidad” es parte del fenómeno literario y que eso permite la proliferación de los estímulos a la creación y que en el fondo lo que se pretende es crear cada vez más lectores. No obstante, insisto en mi primera afirmación: existen algunos creadores que se arriesgan a liberarse de los atavismos que caracterizan a la poesía mexicana. No afirmo que esto sea bueno o malo, pero sí representa la posibilidad de vislumbrar nuevos horizontes.

Andrés Cisneros de la Cruz es un poeta que asume riesgos. Más que poeta lírico, Cisneros es un rapsoda posmoderno que canta amargamente la realidad y pregona la decadencia del tiempo en que vivimos.

Víctor García Vázquez antes de empezar la presentación.

Si se pretende recoger el espíritu de los tiempos, la poesía contemporánea no debe acudir al lenguaje gastado ni a los temas recurrentes. Una poesía que sólo trate de los temas amorosos, que suene a suave melodía y que sólo desprenda olores agradables, sin duda pecará de falsa y artificiosa. La poesía actual debe desprender un tufo a cuerpo en descomposición; su música debe parecerse más a los sonidos espontáneos de la urbe y sus temas deben recogerse de las cloacas, del inframundo cotidiano; porque en tiempos de pandemia, sólo nos conmoverá la poesía virulenta.



La poesía debe ser un riesgo permanente, un caminar sobre la tensa cuerda de la realidad. “El gran poeta es un gran realista, cercanísimo de todas las realidades; se carga de realidad, es muy terreno.” (Gottfried Benn)



No hay letras para escribir tu epitafio es el segundo libro de este poeta chilango. Este poemario abre con veneno y cierra con odio. La expresión “abrir con veneno” es un pleonasmo, porque el veneno todo lo abre, todo lo desgarra, todo lo vuelve putrefacto.
En una época dominada por la violencia es sintomático que este libro se haya escrito con odio, apoyándose en un lenguaje violento y visceral; sus imágenes son descarnadas y su ritmo suena muy semejante al grunge o al metal oscuro.



Por momentos, me parece que Cisneros establece un diálogo con el romanticismo demoniaco de William Blake. Este es un poemario callejero; quiero decir: se nutre de la riqueza expresiva de la urbe; pero la ciudad que el poeta recorre no es solar, sino noctámbula: la ciudad decadente, sumergida en las sombras.



Considero que los ejes expresivos del libro son la Oscuridad y la Muerte, una dicotomía que habita en el corazón del humano. La muerte no como final de la existencia, sino como una lenta autodestrucción. De ahí que el poeta se pregunte: -¿Qué somos? -Microorganismos que devoran microorganismos.

La bondad todo lo destruye; la maldad, en cambio, es la eterna constructora. Para dejarnos muy clara su postura, en este libro el poeta escribe “dios” con minúscula y “Diablo” con mayúscula:

La rabia o el vacío o la cólera
¿de qué hablas máscara de Diablo?

Todo el odio del mundo está volcado contra el Padre, es decir contra el poder. El poema que da título al libro es una diatriba contra el padre. Todo el rencor, el odio acumulado que se convierte en veneno, fue aprovechado por el poeta para inocular este poema que es dramático y cínico a un mismo tiempo. Porque el padre es la medida de todos los odios, de todas las malas influencias y los miedos, Andrés exorciza sus afectos y sus aversiones. El padre es una parodia del poder y un falso dios que se niega sí mismo:


Le temes a ser lo que eres
Ojos saltones asustado temes la muerte
Te encierras en los seguros ruidosos de la neurastenia
Tú que le gritaste tanto a la mujer que me llenó de sangre el cuerpo
Histérica, tú que nunca has logrado afrontar ni si quiera a tu madre

En la poesía castellana, existen muchos poemas que celebran la grandeza del padre, pero pocos se expresan de forma tan sincera como éste. No sé si sea una gran poema, lo que sí reconozco es que se trata de uno de los poemas más sinceros, humanos y realistas que he leído en los últimos tiempos. En la cultura cristiana, aunque no se reconozca abiertamente, el padre es una de las formas de la tiranía. O como lo expresa Franz Kafka en su memorable carta al padre: “Para mí tenías todo lo que todos los tiranos tienen de misterioso, cuyo derecho está basado en su persona, no en su pensamiento”. En el caso del sujeto lírico de este poema, el odio se convierte en renuncia:


No te tengo lástima, padre/Aunque la pidas en silencio// Nunca la tendré/ Y tampoco nunca espero seas algo distinto// Por eso renuncio a ti/ Renuncio a la paternidad de tus ideas/ Renuncio al dios padre que tanto amé de niño y que nunca existió.

No hay letras para escribir tu epitafio es una forma del parricidio. Sus versos están cargados de un odio y cinismo tan feroz que nos alivia un poco de la pesada carga de hipocresía que contiene la poesía actual. Con este libro, Andrés Cisneros nos demuestra que no sólo es un buen editor sino además un buen poeta. No sólo porque asume riesgos y se opone a la tradición, sino porque sus poemas están cargados del delicioso veneno de la realidad.