sábado, 7 de noviembre de 2009

Presentación de "No hay letras..." por Enrique González Rojo

En la mesa del Bar 246, en la Roma: Óscar Escoffié, Cisneros de la Cruz, González Rojo y Adriana Tafoya.

La lectura de No hay letras para escribir tu epitafio me trae a la mente la vieja idea de que toda lectura es una interpretación y toda interpretación es convertir lo ajeno en propio, lo extraño en familiar. Si la interpretación es pertinente, si logra capturar —y el verbo capturar es aquí muy elocuente— el sentido que el poeta ha deseado proyecta en su poema, se establece una plena coincidencia entre el poeta y su lector. La comunicación fluye y hay un aplauso de las musas en el parnaso. Pero puede ocurrir —y es frecuente que ocurra— que la interpretación no dé en el blanco y que el lector se imagine cosas, significados, simbolismos que no han pasado por la materia gris del portaliras. Aunque en este segundo caso el “traslado de mensaje” propio de la comunicación no se da, me parece que no importa, ya que la interpretación puede añadir al poema algo interpretado y enriquecedor.


No tengo temor, entonces, de la lectura que realizo de este poemario porque, aun suponiendo que no logre sintonizar en la voz íntima del poeta, me parece innegable que el material que nos proporciona Andrés resulta muy apto para edificar atractivos mundos imaginarios. Además de la anterior, la lectura de este libro despertó en mis divagaciones otra idea: la de que hay poetas que se instalan cómodamente en la luz y otros que lo hacen en la sombra, o también hay bardos que viajan plenos de entusiasmo de la sombra a la luz y otros que emprenden su desconsoladora viceversa. Y hay unos más que se aposentan en el maridaje de los opuestos. Andrés vive en el infierno, en una noche permanentemente en llamas. Sólo a un poeta que conoce el infierno como la palma de su mano, le es dable decir: “Sé del tormento del semen al llegar al ovario de la muerte”. Sólo un alma sensible que ha sido contagiada por la pandemia de la angustia, puede aullar: “Trato de abrir la puertas / que hace años fueron clausuradas / y olvido que aquí seis mil veces he comprobado / que puertas y ventanas desaparecen del muro al intentarlas abrir”. Sólo un poeta que siente la lengua crucificada, es capaz de advertir que “la furia del silencio menguó ante el bullicio de la nada”. Sólo un poeta así.



Como lo dice, lo exclama, lo vocifera en el poema que da título al libro, para Andrés, Dios ha muerto y en su lugar se ha colocado el duunvirato del caos y el sinsentido. Dios y el cielo no existen: el día menos pensado se evaporaron de las manos. Pero no cabe la menor duda de la existencia del infierno y el demonio. La poesía de nuestro vate es una lúcida crónica del inframundo, por eso carga en los ojos manchones de negrura y llamaradas de fotones. Como la paz ha sido desterrada del reino que frecuenta, nuestro autor es un permanente juglar del sufrimiento, con especialidad en casos terminales. Pero lo más alejado de su estro es la monotonía o el dejar abierta la llave de su impulso al goteo de lo tedioso, ya que los diferentes poemas del libro no son sino la odisea por los diversos círculos del avernos.


Claro que el mundo en que vive o se desvive —y aquí suelto mi interpretación— una metáfora del mundo que nos rodea, de este valle de lágrimas y mocos donde se nos ha olvidado de qué color es la alegría, de qué demonios habla el riachuelo cuando chisporrotea su júbilo o a qué sabe el calostro, la primera leche materna. Si el lector, al penetrar en este mundo, no carga un tambo de oxígeno, corre el peligro de asfixiarse. Pero todo es deliberado. La poesía de Cisneros de la Cruz tiene una verdadera fascinación por el lado oscuro y enigmático de la cotidianidad. Pero no se regodea en la incertidumbre que le escalda la piel, ni se hunde en la tierra movediza de aprendiz de brujo. Al tocar fondo en su pesquisa de lobregueces, hay intentos de salir, empeños de dejar atrás la desmesura del nihilismo. Por eso, en su importante poema intitulado El falo que todos llevamos dentro, desgrana versos como “deshagamos nuestro lenguaje” o “sembraremos una noche de nuevos soles”, o, en fin, “falo del mundo / desvanécete / y déjanos ver / el cuerpo verdadero / del que estamos hechos”. Por todo lo dicho y algo más que se queda en el tintero, quiero formular la opinión, de que con todas las virtudes de un poeta sensible, sólidamente estructurado y profundo, en un mundo tan lóbrego y desolador porque suspira, añora, se muere verdaderamente de hambre por lo que está más allá de su ríspido entorno formado por criaturas ciegas y castradas. No es, desde luego, un más allá en sentido religioso —el cuento de hadas perpetrado para adormecer nuestras angustias— sino un lúcido ejemplo del “otro mundo es posible” que todos los energúmenos, encabronados, afligidos y sensibles que existen, llevamos en las entrañas.

Viernes 31 de agosto de 2009.

"No hay letras..." por Mónica Suárez


Alguna vez Paul Sartre escribió: “Poeta es aquel al que no le sirven las palabras”, y está afirmación me parece sumamente reveladora y adecuada porque, muchas veces, la palabra se torna semánticamente circular, autofágica, y por ello: autoaniquiladora, deja de decir.

Pero, para el poeta, la palabra es sólo materia prima que se trasciende a sí misma de manera continua, como sucede en: No hay letras para escribir tu epitafio. Y cuando la palabra escapa de la atadura referencial, elude la relación objetiva del lenguaje y se sumerge en la áspera realidad del poeta: surgen las atmósferas reveladoras e inquietantes que se estrellan contra el espejismo de la realidad inmediata enmascarada por el orden establecido.

La voz del poeta canta en: “El equilibrista del puente”.
“los pájaros son martillos que sumen clavos
en las ventanas cerradas
del horizonte

Los pies pesan
el equilibrista patea pájaros
les pisa la cara les prensa la piel
contra el filo del cable presiona sus cuellos
Peludos de plumas chillan los pájaros
Patalean dan picotazos
desafinan
son violines bajo el mar

El equilibrista
se quita la máscara de suicida
y descubre que las nubes nunca fueron veneno”.

De esta forma sabemos que la poesía de Andrés Cisneros no es una poesía fácil ni complaciente. Quizá por lo mismo, resulte tan perturbador el ejercicio que hace en: “Soliloquio ante un cristal rayado por un ser desconocido”, en donde, valiéndose de pies de página, acota el sentido polisémico de la palabra, intrínseco a la poesía misma, reduciendo a sentidos unívocos la interpretación metafórica del poema. Por suerte este juego provocador no empobrece el discurso poético que retoma más adelante; sin más acotaciones al sentido de lo que quiso decir.

Y la destrucción y la violencia latentes en sus poemas se convierten en una puerta recurrente que parece abrirse para mostrarnos el caos en el que estamos inmersos. Pero en la poesía de Cisneros, el caos: generador, es un caos propositivo que puede abrir puertas a la regeneración del espectáculo de los sentidos como armas que cuestionan y retan a una sociedad hipócrita.
En la: Escena segunda, de: “Decapitación de los tritones”, escribe el poeta:
“Se odiaba primero, ella –ante todo
dispuesta a destruir
mente y cuerpo –se odiaba
a tanto volumen
que
sometía la mirada
ante el escupitajo, palabra del ogro
y colocaba las manos
para recibir la ofrenda blanca
(escultura del miedo)”.

Ya en “El arco y la lira”, Octavio Paz, apuntaba: “La poesía moderna se ha convertido en el alimento de los disidentes y desterrados del mundo burgués. A una sociedad escindida corresponde una poesía en rebelión”. Argumento que calza aquí, pues en la poesía de Andrés, el lenguaje se disloca, los mecanismos del paradigma son cuestionados, así como la jerarquización de los valores que impone la sociedad falocrática.

En la: Escena cuarta de: “Decapitación de los tritones”, el poeta dice:
“y no quiero ver
cómo te amoldas, mascota extraviada
ruinosa, ostentar del gemido (lastimera petición de cuchillos)
con la estupidez de las bestias cautivas
que son liberadas”.
Y más adelante, en el poema que da título al libro, el poeta señala:
“Jamás seré un ogro como tú
Padre
un ogro crispado en el espejo
con el puño fruncido en una puerta”.


El poeta se desnuda, renuncia al simulacro del poder, escupe el veneno que no tragará para perpetuar la cadena. Si no veamos, más adelante en el mismo poema, lo que Andrés escribe:

“Por eso renuncio a ti,
Renuncio a la paternidad de tus ideas
Renuncio al dios padre que tanto amé de niño
y que nunca existió”.

Protesta íntima contra la apología del dolor y la supremacía mentirosa sobre la cual se levanta esta sociedad caníbal.
“Me desprendo de este garfio
como alacrán que deposita su veneno”.
Asegura la voz del poeta al inicio de: “El falo que todos llevamos dentro”. Para más adelante, abjurar:
“Pero rompamos la varita
digamos no al cetro
rompámoslo
rehagamos nuestro lenguaje
no conformes de ser un punto geográfico
Estadísticos haremos una geografía oculta
dentro de nuestro ser reconstruiremos, caerán las ruinas
y sembraremos una noche de nuevos soles
acaso no ya nuevos falos
lunas, óvulos de tierra
lunas, todo luna sol
dualidad será el mundo
y la sangre nutrirá por igual
las cavernas venosas de nuestros sexos”.

En: “No hay letras para escribir tu epitafio” asistimos a una propuesta valiente y perturbadora que renuncia a todo preciosismo o complacencia estética y cuestiona los signos putrefactos de la decadencia social. Sin duda un poemario interesante y violento que nos retrata con el escepticismo de la esperanza.

viernes, 6 de noviembre de 2009

"No hay letras..." por Óscar Escoffié Padilla



Siempre debe ser motivo para celebrar, la aparición de un poemario; no importa que el libro sea un lúgubre recorrido por cosa más abominable como lo es el alma humana; ni que esté escrito con veneno. No hay letras para escribir tu epitafio es el testimonio de una mirada circundante y un horizonte de abismo; ojos tras la rosa de los vientos y una perspectiva de muro. Es decir, el poeta Cisneros de la Cruz (de la Cruz) abre sus ojos de poeta, gira su cuello de poeta, recorre con sus pasos de poeta la realidad, y dice entonces con su voz de poeta: vaya absurdo, cuánta muerte, cuánta sangre, qué obscuridad, vaya falocracia, y termina con la frase que abre el libro: “deposito aquí este veneno”, donde lo circundante, la cardinalidad del espacio está poblada de gusanos, cadáveres, bestias, lóbregos engendros, y el abismo o el muro no es sino una orfandad del espíritu, en la más religiosa de las definiciones; una postura anatema que bien podrían valerle la hoguera.


Se trata de un libro con motivos filosóficos existencialistas que me obligó a recordar El existencialismo es un humanismo, ese ensayo de Sartre que hoy se considera el manifiesto de los existencialistas, y que insiste en la condición infinitamente solitaria del hombre al entenderse como responsabilísimo único de sí y todos sus actos, resultando de ello una sórdida angustia.

Con un cuidadoso lirismo que da fe del buen oído en Cisneros, los poemas son una expresión de solidaridad ante los “entes que impregnan con orina los árboles, o los vagones del Metro”. Más aun, leer el libro de Andrés es como jugar con un diamante negro de filosas aristas; obliga al reposo en una cama de clavos, y sabe a un buen vino amargo; pero también es una condena, un señalamiento, un escupir, un odio inteligente que desafía el miedo a morir, aunque no así a la soledad (“morir es mejor que apestar solo” [p.19])

Y precisamente, la muerte, como un siniestro cigüeñal, gira y gira lingüística, temática y esencial, substancialmente la obra. Omnipresente, esa ánima del libro se dirige luego hacia un dios que llama Cisneros “muerto”, pero que al invocarlo revive. El poema que da título al libro, es un texto furioso que, si no reconoce la presencia de un dios vivo, sí al menos lo afirma muerto pero para resusitarlo al menos dentro de sí. “No hay letras para escribir tu epitafio”, le dice, aunque el que dice “tú” -pronombre implícito en el verso- dice creo en ti, existes. El tú siempre revela al yo, de manera que si no hay epitafio sí hay diálogo, invocación oblicua, es resumen: otra forma de rezo; y el hecho de que ponga delante del lector, diríanse: los motivos íntimos del escritor que lo hacen terminar en una especie de ateísmo existencialista, es una sutil manera de preguntar al Otro, en este caso al lector: ¿estoy mal?, o ¿no es así?, y a aquél, al que dice “dios ha muerto/dios Padre/Has muerto/Y no es ninguna novedad” paradójicamente hace brotar a fuerza de reclamos cual berrinche del hijo hacia su padre como diciendo “sé que estás ahí, escúchame; hazme saber que yo también me hallo aquí.



Nuestro autor dice en un tono brutal: “y no busco letras para escribir tu epitafio/porque ni siquiera un nombre te daré por tumba”, y quizás como en el caso del ruso Maiakovski que dijo que el juicio final de Dios le daba tanto miedo como una cantina, Andrés Cisneros, desde el verso, desde el pensamiento y desde la sangre, desde una cantina, subraye su renuncia y negación; pero quizás, como escribió luego Maiakovski hablando de su propia muerte, cuando las prostitutas lo presentaran en andas ante Dios, diga: “¿Y Dios llorará leyendo mi brevísimo libro!/Hecho de temblores en compactado ovillo, no de palabras;/y echará a correr por el cielo estrechando mis versos/y los recitará a sus amigos conteniendo el aliento”.

La máxima Nicheana de “Dios ha muerto”, se contrapone al niño Andrés que no ha muerto: “Renuncio a ti/Renuncio a la paternidad de tus ideas/Renuncio al dios padre que tanto amé de niño/y que nunca existió”.

El libro concluye con El falo que todos llevamos dentro, poema de potencia y hermosura notable, que con un poco de humor podríamos decir que es la antípoda de la novela Los 11 mil falos de Guillermo Apolinaire. En este poema de Cisneros se explican mejor los motivos del autor, subterráneos en los poemas previos. Echando mano del significado lacaniano del falo, que no se trata del pene sino de algo simbólico que refiere al complejo de castración psicoanalítico, Andrés aspira -utópicamente, claro- al desprendimiento de la cópula universal que nos vuelve dependientes, vulnerables, eternamente penetrados. Pero Cisneros aprieta y se revuelca, grita ¡no! y rasguña, aunque sabe que la única salida al bukake cósmico sea la muerte, la Nada, pues la poesía misma es una erección hecha de incontables cópulas, y los poetas: chaqueteros de la pluma.

Bien editado, siniestro y poderoso, el libro No hay letras para escribir tu epitafio es una confirmación del madurado oficio poético de Cisneros, y es ―como siempre que se trata de verdadera poesía― un atentado contra la frivolidad que obliga, a quien tenga la osadía de leerlo, a confrontar sus verdades y niveles estéticos.


Salud, y en el epitafio de Andrés, ya hay letras para escribir.

martes, 15 de septiembre de 2009

Presentación en Chilpancingo


Nueva presentación de No hay letras.

jueves, 16 de julio de 2009

Nuevo poemario

Recién salido de la caba mi más reciente poemario que presenta en edición especial el poeta y editor Mario Islasáinz, que ha emprendido la dura tarea de compendiar, en una colección, a 50 poetas que desde su punto de vista editorial dan frescura a la poesía mexicana actual.




Ediciones Pasto Verde. Den click para ver el blog del Celta Miserable http://celtamiserable.blogspot.com/

De gira por Oaxca

Andrés leerá poemas de su reciente producción en el encuentro Hacedores de la Palabra

sábado, 11 de julio de 2009

sábado, 20 de junio de 2009

Algo sobre "No hay letras..."

Durante la presentación en la Ciudad de Puebla. En la mesa, Adriana Tafoya, Mónica Suárez, Andrés y Hugo López Coronel.

Por Víctor García Vázquez


Buena parte de los poetas mexicanos contemporáneos ha dejado atrás los atavismos románticos, conservadores y sensualistas que algunos críticos reiteradamente han señalado. Es cierto que mucha literatura que se escribe actualmente sigue los senderos trazados desde el siglo XIX; la tradición es una sombra que pesa y no nos deja avizorar una perspectiva más amplia. De ahí que actualmente exista en nuestra literatura una fuerte presencia de poetas neoformalistas, que huyen del riesgo y la originalidad. Prefieren la solemnidad a la insolencia; se vuelven serios para ganarse el respeto y creen que el humor no debe formar parte del poema. La academia y los talleres los certifican como poetas acreditados para preservar la tradición. Según el protocolo que ellos mismos han establecido, sus lecturas en público deben ser verdaderos acontecimientos sociales; deben usar el mismo tono de voz en cada verso, estrofa, poema o libro. Se deben construir un estilo para hacerse identificables. Saben que el currículo es parte del estilo, por eso es necesaria su presentación antes de la lectura del poema.

Al señalar lo anterior, me mueve más un afán descriptivo que un sentido crítico. Entiendo que la “institucionalidad” es parte del fenómeno literario y que eso permite la proliferación de los estímulos a la creación y que en el fondo lo que se pretende es crear cada vez más lectores. No obstante, insisto en mi primera afirmación: existen algunos creadores que se arriesgan a liberarse de los atavismos que caracterizan a la poesía mexicana. No afirmo que esto sea bueno o malo, pero sí representa la posibilidad de vislumbrar nuevos horizontes.

Andrés Cisneros de la Cruz es un poeta que asume riesgos. Más que poeta lírico, Cisneros es un rapsoda posmoderno que canta amargamente la realidad y pregona la decadencia del tiempo en que vivimos.

Víctor García Vázquez antes de empezar la presentación.

Si se pretende recoger el espíritu de los tiempos, la poesía contemporánea no debe acudir al lenguaje gastado ni a los temas recurrentes. Una poesía que sólo trate de los temas amorosos, que suene a suave melodía y que sólo desprenda olores agradables, sin duda pecará de falsa y artificiosa. La poesía actual debe desprender un tufo a cuerpo en descomposición; su música debe parecerse más a los sonidos espontáneos de la urbe y sus temas deben recogerse de las cloacas, del inframundo cotidiano; porque en tiempos de pandemia, sólo nos conmoverá la poesía virulenta.



La poesía debe ser un riesgo permanente, un caminar sobre la tensa cuerda de la realidad. “El gran poeta es un gran realista, cercanísimo de todas las realidades; se carga de realidad, es muy terreno.” (Gottfried Benn)



No hay letras para escribir tu epitafio es el segundo libro de este poeta chilango. Este poemario abre con veneno y cierra con odio. La expresión “abrir con veneno” es un pleonasmo, porque el veneno todo lo abre, todo lo desgarra, todo lo vuelve putrefacto.
En una época dominada por la violencia es sintomático que este libro se haya escrito con odio, apoyándose en un lenguaje violento y visceral; sus imágenes son descarnadas y su ritmo suena muy semejante al grunge o al metal oscuro.



Por momentos, me parece que Cisneros establece un diálogo con el romanticismo demoniaco de William Blake. Este es un poemario callejero; quiero decir: se nutre de la riqueza expresiva de la urbe; pero la ciudad que el poeta recorre no es solar, sino noctámbula: la ciudad decadente, sumergida en las sombras.



Considero que los ejes expresivos del libro son la Oscuridad y la Muerte, una dicotomía que habita en el corazón del humano. La muerte no como final de la existencia, sino como una lenta autodestrucción. De ahí que el poeta se pregunte: -¿Qué somos? -Microorganismos que devoran microorganismos.

La bondad todo lo destruye; la maldad, en cambio, es la eterna constructora. Para dejarnos muy clara su postura, en este libro el poeta escribe “dios” con minúscula y “Diablo” con mayúscula:

La rabia o el vacío o la cólera
¿de qué hablas máscara de Diablo?

Todo el odio del mundo está volcado contra el Padre, es decir contra el poder. El poema que da título al libro es una diatriba contra el padre. Todo el rencor, el odio acumulado que se convierte en veneno, fue aprovechado por el poeta para inocular este poema que es dramático y cínico a un mismo tiempo. Porque el padre es la medida de todos los odios, de todas las malas influencias y los miedos, Andrés exorciza sus afectos y sus aversiones. El padre es una parodia del poder y un falso dios que se niega sí mismo:


Le temes a ser lo que eres
Ojos saltones asustado temes la muerte
Te encierras en los seguros ruidosos de la neurastenia
Tú que le gritaste tanto a la mujer que me llenó de sangre el cuerpo
Histérica, tú que nunca has logrado afrontar ni si quiera a tu madre

En la poesía castellana, existen muchos poemas que celebran la grandeza del padre, pero pocos se expresan de forma tan sincera como éste. No sé si sea una gran poema, lo que sí reconozco es que se trata de uno de los poemas más sinceros, humanos y realistas que he leído en los últimos tiempos. En la cultura cristiana, aunque no se reconozca abiertamente, el padre es una de las formas de la tiranía. O como lo expresa Franz Kafka en su memorable carta al padre: “Para mí tenías todo lo que todos los tiranos tienen de misterioso, cuyo derecho está basado en su persona, no en su pensamiento”. En el caso del sujeto lírico de este poema, el odio se convierte en renuncia:


No te tengo lástima, padre/Aunque la pidas en silencio// Nunca la tendré/ Y tampoco nunca espero seas algo distinto// Por eso renuncio a ti/ Renuncio a la paternidad de tus ideas/ Renuncio al dios padre que tanto amé de niño y que nunca existió.

No hay letras para escribir tu epitafio es una forma del parricidio. Sus versos están cargados de un odio y cinismo tan feroz que nos alivia un poco de la pesada carga de hipocresía que contiene la poesía actual. Con este libro, Andrés Cisneros nos demuestra que no sólo es un buen editor sino además un buen poeta. No sólo porque asume riesgos y se opone a la tradición, sino porque sus poemas están cargados del delicioso veneno de la realidad.

viernes, 22 de mayo de 2009

Asociación de cómo los seres son condenados a muerte

A este perro de gamuza rasgan el pellejo
le jalan de la cresta, de la pelambre quemada;
le hincan ganchos, unas pinzas
le tuercen el lomo a este xoloitzcuintle plebeyo.
Qué extraña bestia —mitad hambre-mitad muerte.
Le amarran las patas —para evitar huya— le envenenan la voluntad.
**********Y sabe que incluso en el desierto de su mente
está condenado por un más allá de sí mismo.
Pero le ahogan para que no gima, lo revientan en la jaula
y todos le miran aullar encerrado en esta muerte que no le pertenece,
despojado de su Propio destino.

*************Será sacrificado porque él es Peligro
*****y el Mundo puede ser destruido si contagia su Rabia

*******pero (sobretodo) porque es capaz de usarla
****************para morder con alegría
************************y salvarse.
*

lunes, 27 de abril de 2009

Para sobrevivir la enfermedad

***
***

No hay letras para escribir tu epitafio es mi segundo poemario. Aquí anexo a manera de invitación un breve escrito que relizó la poeta nicaragüense Marta Leonor González:

Este poemario, al margen de todo discurso conciliador y mojigato, reúne verdades sobre la sociedad contemporánea y corre las cortinas para mostrárnosla sin maquillaje. No hay letras para escribir tu epitafio es una elegía sobre la humanidad que se descarna a diario, dialoga con el convencionalismo de un sistema que ofrece placeres, y arremete contra aquellos que no entonan su melodía. Frente a esto, Andrés Cisneros de la Cruz expone a seres castrados, los que guardan silencio para no evidenciar que están muertos porque el medio los ha obligado a ser equilibristas en sus propios cordeles; esboza una ciudad triste y desvencijada, habitada por gente muerta en la pobreza de sus días y familia fragmentada. El poeta canta y festeja sobre los escombros, desde una cima en donde sin padre y sin dios, se libera.


Lo pueden encontrar en la Librería El Laberinto. Donceles 74. Centro Histórico. O en la Librería El Péndulo, en la Condesa. Pero sobre todo en las calles de la Ciudad de México, llueva, estornuden o tosan.

viernes, 24 de abril de 2009

No hay letras para escribir tu epitafio

I

No hay letras para escribir tu epitafio
Ni aunque salgas de la tumba de tu nombre
y reconstruyas el árbol que con hachazos convertiste en leña
nunca las tendrás
este odio a lo único que motiva
es a tirarte debajo de la duela de la cama
a meterte en un cajón forrado de raso
clavado en la raíz que se infiltra
en lo profundo de la tierra

Éste odio cobarde no te expulsa
Te esconde y no te deja diluir efervescente en el aire

Sin embargo aún sin letras
escribo el túnel para expulsarte
para que desmembrado ruedes
hasta el filo de los ojos y desciendas
por cascada y te limpie de mí para evitar tragar
esa sal que envilecida enferma

Lo único que necesito
es un fieltro para envolver el libro
que me diste el día que abrí los ojos
una pala para enterrarlo
y del árbol su raíz
para destruirlo




II


No hay puerta
Nunca la ha habido
El cuero con el que te amarras los pantalones
Ya está quebrado
Jamás seré un ogro como tú
Padre
Un ogro crispado en el espejo
Con el puño fruncido en una puerta
Abriendo la quebradiza muralla del grito en la sien
De la fragmentación ruidosa
De un plato con comida en la pared
Y los lentes Ray Ban
de oro en el piso
y la licuadora en la estufa
y la mayonesa en la ventana
y el vidrio trozado, el reflejo
de la casa roto
en el cristal: raída la imagen

Te encuentro en el odio
en el miedo homosexual a ti mismo
a tu cuerpo flácido en el baño
bajo el agua hirviente
de la regadera, bajo el vapor que te exuda
y te comprime los pulmones
para cerrarte las manos:
frustración de loro
mal amaestrado
de gato que perdió
una pata y jamás volvió a ser el mismo
miedo de ser otra bestia
menos doméstica
menos lista

Dices haz números
Calcula cuánto cuesta
Cuánto dinero
Cuánto pudor
Cuánto tiempo

Recoveco en las arrugas de tu madre te escondes
Clown de ella
Le temes a ser lo que eres
Ojos saltones asustado temes la muerte
Te encierras en los seguros ruidosos de la neurastenia
Tú que le gritaste tanto a la mujer que me lleno de sangre el cuerpo
Neurótica, tú que nunca has logrado afrontar ni siquiera a tu madre
Prefieres el engaño
El abandono de ti
La lástima que nunca te moverá ni un pelo
Cuándo la lástima lo ha hecho
No tendré lástima de ti
Ni aunque actúes como un pendejo
Y simules ser un enfermo
Débil mental que todo abandona
Ser resentido hasta con la muerte (que aún ni conoces)
Ser resentido contigo
Oprimido por ti
Retraído por ti
Facilón te has vencido
Derrotado ante ti
Te humillas todos los días
Y te escupes y lames las heridas
Para sentir que arden
Plagiario de ti
Plegado
en tu cuerpo que se expande
para ocupar el espacio que adentro es hueco

Padre
Tormento mustio en melodrama de ópera
en réquiem, Nunca escribirás tu banda sonora
Serás en los sueños Beethoven sordo
Mozart pendenciero
Pero en la vida
Al abrir los ojos
Serás Juan sin apellido
Juan con R de Romero
Romero estrangulado y marchito
Romero sordo, torpe
Romero seco

Serás algo que nunca construiste
Serás el invento
La fantasía trágica
De la madre
La parodia del cadáver

No hay letras para escribir tu epitafio
Porque nunca te atreviste a intentarlo

No te tengo lástima, padre
Aunque la pidas en silencio
Nunca la tendré
Y tampoco nunca
Espero seas algo distinto

Por eso renuncio a ti
Renuncio a la paternidad de tus ideas
Renuncio al Dios padre que tanto amé de niño
y que nunca existió.




III

Dios ha muerto
Dios padre
Has muerto
Y no es ninguna novedad

Sin embargo hay quienes aún
Cenan con tu cadáver en la mesa
Y simulan que estás vivo

Otros que buscan el milagro
Para regresarte a la tierra
A su casa para quererte
Como cuando estabas muerto

Otros que se visten de negro hasta el cuello
Y caminan con el luto de tu vida
Pregonando tu muerte

Yo padre te entrego todas tus pertenencias
Todos tus “obsequios”
Toda tu música y todas las mentiras
Que hicieron los hombres con tu nombre
Para que descanses en paz
Y ya no vengas a tocar la puerta de mi casa
Porque yo
Ya habré desaparecido
Del lugar donde la gente
Cree que puede verte

Yo habré olvidado qué es dios
Para en su lugar haber aprendido a decir qué es mito
Qué es poder
Y sobretodo
A sentir qué es miedo

Ahora la muerte parece más clara
y me abre los ojos

y no busco letras para escribir tu epitafio
porque ni siquiera un nombre te daré por tumba.



(Aquí está el poema completo que da título al libro, a manera de invitación para leer el poemario. Se había publicado por fragmentos en algunos blogs y revistas.)

martes, 20 de enero de 2009

Un poema (con pájaros muertos)

PPP



Solidificación de la clepsidra y desvanecimiento de los elementos corpóreos

Sudan sombra las grietas sobre el agua:
tierra diluida, ensangraje de mariposa ensombrada,
entre los árboles con frutos de sólida lluvia;
de ámbar dulce (esfera blanda) amordaza: fragmento de infinito:
medida gramal en las ventanas cerradas, las macetas cayendo
[sobre las aceras,
(desplumándose) desde el quicio, veinte metros arriba, flotan
en la bruma de la luz, dentro, en la cornisa del mundo
que se despelleja, y llaga la oscura niebla de su piel,
la esfuma, la desgrana en mojadas piedras, en destintadas figuras
de hielo no cromo, líquido hielo plata donde los ancianos
[lavan sus manos,
riachuelo negro, cortadura, estela en el espeso almíbar, en el reflejo
del tabique que delinea la fosa, la pupila hacia el laberinto
entre dos espejos ensalpicados de sangre, donde se desdobla el cuerpo,
entre banquetas y edificios, parajes verduzcos dentro,
[en el tumor invisible del escroto
untados de saliva sucia, amarga bilis, donde el sonido de los trenes
y los ojos que se abren en las hojas, se desprenden
—y suspendidos— en el infinito detrás de los ojos, permanecen,
destrozándose en los puños contra el humo endurecido del dolor
o en el pensamiento grave, táctil del puñetazo contra el pómulo
[del resignado a muerte
en la tristeza de la tierra por los árboles de frutos secos, o en la silla arrinconada,
la ventana abierta, la soga atada en la viga, o el mar encerrado
[en un marco de piedra,
en la bóveda de tijeras rotas y navajas viejas, sin filo las orillas,
[donde el oleaje del tirol,
sucio, sobre el cuerpo yaciente en el suelo de mugroso mármol ocre
y los pasadores enredados en largas cejas blancas, la pared cascajo oro,
[la puerta
rota a martillazos, el espejo pulido con manos de niños muertos
y serafines de madera, son ojos de vidrio mirando la porcelana
en los tobillos de las muñecas, vestidas de encaje. Y las figuras indias,
adornadas de grecas rojizas y metálicas, vivas, inmóviles,
[junto al cráneo de la mortaja
—de algún anciano asesinado a pedradas por los seres que le rodeaban
y le prefirieron lejos para despojarlo de sus pertenencias
(y ahora nosotros somos su familia) aunque sea sólo un cráneo—
se desploman, aquí, junto a las hojas de libros que se desmoronan de la torre del librero,
junto al reloj roto, no las manecillas, sí el hierro de esa torre leva que detiene el tiempo
y se deshidrata entre brazos de coyunturas astilladas, donde todo se demuele,
se resquebraja, se vuelve gota, y el salero de pimienta negra, la mesa de cristales raídos,
el foco —encendido— (todo) se despinta, se despulpa en olores
se dilata, se despercude, (todo) se descuaja en los tendones
del triángulo cerebral del titiritero, se demuelen, los hematomas entre las uñas
la hinchazón de las cutículas alrededor de los rasguños, el ardor de pómulos, se despedaza;
las rodajas secas de los ojos, los nudos en la espalda, los nudillos en el cuello
la costilla enjuta, el páncreas (la bóveda pancreatora, o pancreática) todo
se expande (todo) se acircula, en el lienzo de cuero, en el epidérmico papiro
se agolpa, en la nimia comisura o en la cutícula invisible,
en el cartílago endurecido, todo se muele, se amolda, en las ranuras
o deltas, en las radas o estuarios, en las cartografías musculares,
en los desiertos óseos o en los desagües de sangre, en la tesura —tensa— de los nervios,
todo se derruye, se constriñe, se desclava,
se deslía la dureza de los nódulos,
el desconocimiento de los túneles —en la casa—, o la destrucción
de los relicarios, se despierta, todo
la forjadura del hierro, el tejido de arneses que (de)forma el cordón
con el que damos cuerda a la maquinaria del tiempo
todo se funde, se amalgama,
la página destruida, el polvo de las estatuas,
todo se desgrasa, el follaje de las bestias en medio del asfalto
se despeina, y el lomo capilar de los ahogados se diluvia,
todo se vuelve níquel, agua dura
que golpea la cara
(todo) los muros, los ángulos del techo,
el encerrado muro, la cúpula del cráneo, las lozas —la pija en la loza—
la silla rota en el suelo, la mesa, el tablaje del piso, las cuarteaduras, todo lo que es
todo lo hay, todo a mi alrededor
—se descompone—
se licua, se des-
morona
en llanto.