jueves, 11 de agosto de 2011

Recién editado: "Ópera de la tempestad"

Del nuevo poemario, Neri Tello, comenta: "Andrés Cisneros de la Cruz se ha caracterizado por ser un poeta que deja de lado la exquisitez, la retórica, la hipocresía, para abrazar la rebeldía, la provocación, el cuestionamiento. En Ópera de la tempestad, el odio y la repulsión son parte de la respuesta; canto que provoca revoluciones, e ironiza con las figuras sagradas de la historia, para provocar en el lector la reflexión y la ira. La poesía, más que nunca, debe unificar al hombre con sus contemporáneos; este contexto ha hecho de Andrés un poeta convincente y que es congruente tanto en su forma de escribir como de actuar".





Ópera de la tempestad

Quizá estés ahí

y hermoso sea que no te llames hombre.

entre todo lo creado será una hermosura

esta inmensa isla de trigo,

cuando nadie te nombre

Cuando Nada te de nombre.

Adriana Tafoya

Qué tal si el mundo fuese un hombre enojado, furioso.

Un hombre hambriento, raído;

roto paño amarillándose, a secas.

Si el mundo es la desesperación de un hombre,

hombre hecho pedazos por dentro

carcomiéndose,

ansioso en su rencor:

hombre necesitado de comida,

tacto, confianza.

De un beso:

con urgencia de ser

brutalmente desmembrado por alguien

y reconstruirse. Con necesidad

de dirigir el ruido en el espejo

de armar el rompecabezas sobre el piso

y juntar cada pieza

para elevar los ojos y en ellos, concebir una nueva mirada.

Qué tal si el mundo es

un hombre que de verdad lo intenta,

y vuelve a encontrarse

con el mismo hombre cada vez que lo logra,

con los mismos dientes, la misma angustia,

con el mismo gesto

arrogante, impasible,

resignado a cargar sobre los hombros

su narciso enfermo

su orquídea vacía,

su filosa llama.

Qué hacer para ayudarlo

si es un viejo sin escrúpulos,

cómo abrir el grillete de su soledad sangrante

hacerlo descender de la ruleta rusa

salvarlo sin una bala

trozar su redondo sí

Cómo limpiarlo de su cuerpo,

de su apretada boca:

empujarle a salir de su mente en ruinas,

taciturna entre las cuatro paredes

de un santuario;

cómo esfumar la puerta

de la casa en llamas tras de sí:

cómo lo quemas sin volverle tizne,

lo ahogas, sin hacerlo humo

cómo desfiguras su maldito rostro

que no se cansa de reflejar las arrugas del miedo.

Cómo volverse otro cuando el Uno es Uno mismo.

Qué tal si el hombre

olvida el atavío, la cara

la ceniza, la lumbre,

el polvo y el muro que contiene al agua,

que tal si anega hasta el último cabello

en el mar

a media noche,

para ver la lluvia desde el fondo de un pozo,

qué tal si se hunde en la cabeza encrespada

del azul

e igual que un pez

ondula, oscila, encorva. Igual que ojo

frío se cierra. Y después

se mantiene quieto.

Qué tal si el mar lo retorna en su lengua

—al que fue hombre— con un verso, desnudo

sobre las rocas, atravesando la luz, sin ropaje

como la noche, exacto al compás

con el que avanza la tierra,

al mismo ritmo,

al mismo pie, igual que si de pronto

debajo de la lluvia y el fuego, fuera un niño

que mira a través de las cosas

en cada uno de sus instantes y cada una de las palabras

a Sidérea, viva en su mente, murmurando,

en una extraña fonética de aves, o dunas,

un cántico —que semejante al agua— quema.

Qué tal si vuelve el que era Nombre

ya sin casa, ya sin tiempo, ya sin hambre,

ya sin amo, ya sin furia.