miércoles, 30 de noviembre de 2011

Dos visiones sobre la poesía social de Andrés Cisneros de la Cruz

Acercamiento primero. Sobre Ópera de la tempestad

Por Armando González Torres

Una actitud común entre quienes escribimos poesía consiste en mantener cierta reticencia ante las posibilidades expresivas del lenguaje, y tendemos a desconfiar de la efusión. Esto tiene múltiples explicaciones: como la crisis de los significados, la difuminación del sujeto o el desencanto de la historia; sin embargo, a veces conduce a una especie de parálisis, de miedo a la propia expresión. Por eso me resulta alentador encontrar un libro como Ópera de la tempestad, de Andrés Cisneros de la Cruz, que ejerce la poesía sin complejos, despliega extrovertida, pero también lúcidamente, su aliento lírico y cultiva distintos tonos; desde la interrogación metafísica o la preocupación social, hasta la declaración amorosa o la fantasía humorística.

El libro en su conjunto tiene una calidad sostenida, lo que implica que detrás del entusiasmo contagioso, hay un oficio muy sólido y bien aprendido; sin embargo, alcanza momentos climáticos, en varios poemas, como Ópera de la tempestad, Cántico para la boca de Adriana, La metamorfosis del hombre araña, Asociación de cómo los seres son condenados a muerte, o El holocausto de los árboles, o en algunos de los contundentes poemas breves.

Yo observaría tres tonos predominantes que se resuelven con fortuna a lo largo del libro: el discurso amoroso, la extravagancia crítica y humorística, y el poema social.

Por un lado, Cisneros de la Cruz tiene una peculiar originalidad y oído para el poema amoroso y sabe recrear con sentido y sonido nuevo la emoción más tópica. Igualmente, sabe percibir el absurdo de los ideales y certeza convencionales y ejercer la crítica y autocrítica a través de poemas deliciosamente extravagantes como el ya mencionado del hombre-araña. Por lo demás, en Ópera de tempestad hay un sentimiento latente de indignación social y solidaridad con los desvalidos. Pero lo notable es que este sentimiento no se traduce en consignas, sino en revelaciones. Así, en su visión de injusticia, del sufrimiento y del absurdo, no está el militante, sino el hombre que ejerce la caridad y que es capaz de ver al otro con los ojos de la empatía y la comunión.

Hay en todos estos poemas trama, articulación, imágenes sorprendentes, humor, y en general, una arquitectura intelectual y visual trabajada a conciencia. En su acercamiento a la poesía hay una saludable mezcla de fe y escepticismo, de entrega y reserva, de espontaneidad y rigor, y eso dota de una extraordinaria soltura y frescura su expresión.

No me extraña la fuerza, la fineza y el temperamento de la poesía de Cisneros de la Cruz, pues, aunque tengo poco tiempo de conocerlo, guardo la impresión de que la poesía para este autor no es un oficio libresco, sino una forma de vida a la que dedica gran parte de su energía, como lo demuestra su labor infatigable de promotor, que va desde realizar encuentros generacionales, llevara adelante ambiciosos proyectos editoriales y reconocer un canon alternativo desdeñado por el panteón oficial, hasta difundir la poesía en los espacios más insólitos, vendiendo, por ejemplo, sus libros en las cantinas. A mí, de verdad me congratula que esta pasión poética se traduzca en un producto de alta calidad.





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El arte bélico de Cisneros de la Cruz


Por Roberto López Moreno

De pronto me encuentro en el inicio del regocijo literario (me es promesa casi certidumbre). Abierta la página primera de la Ópera de la tempestad, opera el subtítulo "Arte bélico". De inmediato traduzco "Arte bíblico", porque sé lo que me espera, algo de mis tan imantadoras tormentas verbales en las que la imaginación bracea y zozobra una y otra vez y vuelve a bracear hasta llegar a la playa que sólo viene a ser el principio del principio.

Arte bíblico, digo, no porque se trate de un libro, de un libro de poesía, sino porque al decir bíblico me refiero directamente a ese haz de escritos que viene desde los siglos, en el que se contiene toda violencia de esos siglos, y la de los actuales (porque como palaba de Dios se ha tomado). Digo arte bíblico como decir estética de la violencia. Hace algunas semanas, conversando con Andrés Cisneros de la Cruz, autor de Ópera de la tempestad, y con Adriana Tafoya, me pidieron ambos que les diera mi punto de vista acerca de “la poesía transgresora”. Les respondí lo que siempre he considerado sobre tal punto: todo arte, si es auténtico, si no está comprometido con los sectores de poder, es transgresor, veneno puro para clero, Estado y empresa. Pienso en José Revueltas, por ejemplo, quien para estas entidades aquí nombradas sigue siendo el innombrable. ¡Uy, el Diablo! Pienso en los grandes artistas sin compromisos con el poder. Cuando el arte es así de genuino, forzosamente es transgresor, transgresor de los buenos modales sancionados por las buenas costumbres, transgresor los decires y mejores escribires que la buena educación aconseja. En eso pensaba, como siempre, y eso respondí palabras más, palabras menos, como siempre.

Eso he creído en mi sempriternia de 68 años y treinta y tantos de conciencia diabólica que pretende la representación fugaz de esos que se comían a los niños crudos atrás del muro de Berlín, eso he creído siempre, aunque sé que nadie tiene la verdad verdadera agarrada a 20 uñas de los inobjetables pelos de la certeza. Posteriormente, cuando terminé de leer el libro de Cisneros de la Cruz, me di cuenta de que lo que se buscaba con la pregunta era otra respuesta, la intuí después y hoy me solidarizo con ella. Se hablaba sobre la mesa, ahora lo percibo, de una poesía transgresora como categoría dentro de la poética. Está bien, como género de nuestro tiempo, que muy de acuerdo deber ir con las respuestas categóricas que nuestra actualidad requiere. Poesía transgresora, sí, y me adhiero a la idea. Luego de la idea se pasa al facto de la tinta sobre el papel. Todos los días estamos creando el lenguaje, pero ahora se trata de crear este lenguaje al que le estamos llamado ya “poesía transgresora” y que se nos propone desde la página cisnereana.

Centrándome en el libro: el autor apoya su inicio en palabras de Gloria Gómez Guzmán: a los pobres de ahora no les han dejado ni la ira / pero si los días de ira han terminado / la puerta del futuro está cerrada para todos. Y empieza Andrés: contra Uno es la rebelión, / derrumba al héroe para vencerte. Entonces se abre nuevamente la tan a tientas sabiduría bíblica (desde su violencia y desde su poesía). Vamos a aniquilarnos, interpreto, para intentar ser lo que no hemos logrados. La poesía se hace poesía porque se pone frente al espejo, metáfora de sí misma. Levanta el puño con rencor, con odio de sí y golpea el plano vitrio. La luna de mercurio se desintegra en mil pedazos casi polvo, pero he aquí, que cada uno de los segmentos destejidos nos vuelve a reproducir desde su minúsculo vértice, como una maldición que bien podría conducirnos por los vericuetos de la locura. La negación de la negación no se da, solamente ha multiplicado si primer instancia. Y si se vuelve con furia sobre las partículas el hecho creará más de ellas, por más minúsculas, más difíciles para su percepción y control desde nuestro lastimado y escarnecido Yo. Entonces, ¿el poeta está desarmado? Se trata, no más, de tan sólo una instancia de su lucha que es y será eterna. Así, sólo le queda la transgresión, una y otra vez, afilando de una nueva manera el alma, el arma, el estilo. Se plantea, pues, la novedad estilística que viene desde la cadena de los siglos, de su ábrara, matriz de novedades.

De esos siglos somos pero somos nuevos gracias a esos siglos. Muchos signos de las vanguardias han recorrido todo ese tiempo, todos esos tiempos, pero en nuestra contemporaneidad encuentran su nuevo vigor, otra forma novedosa de empuñar la chacha, y entonces, para los poderes estelares y terrenos volvemos a ser transgresores y “brotan hélices en las manos del Quijote” y “estalla en pájaros la cárcel que somete al agua”. Andrés Cisneros de la Cruz sueña, junto con Enrique González Rojo, con dar escopetazos a todo delirio de perpetuidad, pero resulta que en cada transgresión, tal delirio vuelve a tomar forma, para morirnos para no morirnos o al revés, para no morirnos para morirnos, y así, hasta alcanar la inasible cura de la espiral. Viéndolo de esa manera, la poesía transgresora que se nos propone es más vida que nunca, y paso hacia adelante (temáticamente y estilísticamente), como la ha sido la propia poesía González Rojo. Y es entonces cuando el poeta vuelve a triunfar absoluto sobre la muerte. Su odio contra la mala vida se convierte en buen odio, en odio creador. Acostumbraba decir Aurora Reyes: todas las grandes cosas que he hecho en mi vida, las he hecho por odio. O sea, diría yo: odio del bueno, odio cisneros, odio que nace del amor que ha sido maltratado. E=mc2. Quizá Dios no juegue a los dados, pero sí al conquián, juego de cartas que se materializa entre el azar y la astucia. En su mano sostiene el abanico de naipes: una larga lista de corderos degollados, una perversa carta dirigida al presidente Roosevelt y un as de espadas. Sobre la mesa de juego brillas resplandeciente el rey de oros. Aquí entra un paréntesis necesario. Expresión a bordo de la nave cargada por la muerte nuclear: copiloto Robert A. Lewis (con la mirada clavada y a en la demencia): “Dios mío, ¿qué hemos hecho?”. Todas las grandes cosas que he hecho en mi vida —decía Aurora Reyes, la transgresora— las he hecho por odio. Cuánto amor el de Aurora contra el delirio de Lewis. Vuelvo a Andrés: contra uno es la rebelión. Y continúa: hay que tener siempre un arma bajo la almohada. Estereorradiar, acceder a la raíz (a la fuente isotrópica) a la violenta oxidación de la cabeza, del cabello cenizo, tornado follaje rojo. Lo anterior me hace subrayar que Andrés Cisneros de la Cruz es, en efecto, desde su Ópera de la tempestad, un poeta transgresor, o sea, finalmente es un poeta de la vida, o sea, es un poeta. Sidérea es y la partícula de polvo que desde su pluma se hizo verso.